16 de julio de 2017

Arrebatos veraniegos

Empezaré confesando que las vacaciones de verano tienen la virtud, o puede que se trate de un vicio, de disminuir mi capacidad de concentración mental. No es que en otras épocas del año disponga de una mente aguda –no pretendo presumir de ello-, lo que sucede es que durante el periodo estival observo en mi sistema neuronal una cierta pereza, un ligero deslizamiento hacia la desidia, un principio de abandono intelectual. Y una de las consecuencias de este estado de cosas es que me cuesta un enorme esfuerzo abrir el ordenador e hilvanar ideas que me ayuden a redactar una entrada en el blog. Lo intento, porque no pierdo mi sentido de la disciplina bloguera, pero suelo fracasar.

Sin embargo, hay veces que una simple conversación telefónica -de esas que se mantienen de vez en vez para conservar encendida la llama de los afectos- provoca en mí impulsos incontrolables, despierta mi aletargada conciencia y me coloca como un autómata ante una página en blanco del procesador de textos del portátil que me acompaña a todas partes. Lo demás, darle forma al arrebato, viene a continuación sin demasiados escollos.

Quien me conoce sabe que me honro en mantener buenas relaciones de amistad con un no pequeño grupo de catalanes, consecuencia directa de los años pasados en Gerona y Barcelona durante mi infancia o de mis largos contactos posteriores, de trabajo o en vacaciones, con aquellas tierras. Y son éstos, y no las opiniones de los políticos que me llegan a través de los medios de información, los que con sus comentarios, con sus juicios de valor, me ayudan a entender qué está pasando en Cataluña. Me refiero a personas de ideologías distintas, de percepciones diferentes con respecto al proceso secesionista, variedad de opiniones que me permite sacar mis conclusiones.

La sociedad catalana está profundamente dividida respecto al movimiento soberanista. Me atrevería a decir que aunque todos practiquen  sin excepción el catalanismo -si por tal entendemos el profundo afecto a su lengua, a sus costumbres y a su pasado-, su posición respecto a la deriva independentista varía mucho de unos a otros. Los hay separatistas irredentos, nacionalistas descontentos con el grado de autonomía logrado hasta ahora, federalistas que aspiran a un cambio en la Constitución que les deje más satisfechos dentro de España y aquellos cuya aspiración es que todo siga como hasta ahora. También, cómo no, los que desearían volver a la situación anterior al Estado de las Autonomías.

Con este caldo de cultivo, con una población dividida, unos políticos irresponsables, cuya estrategia parece sustentarse en el principio de la huida hacia adelante, y unas mafias a las que se les empieza a acabar la impunidad que gozaban hasta ahora y contemplan la ruptura como una tabla de salvación ante la ley que los acosa, la deriva separatista continuará, sin que parezca que haya nadie que proponga soluciones. Las alegaciones a la legalidad vigente son necesarias -yo las comparto-, pero no suficientes. Por mucho que se invoquen las leyes, si una parte del país decide separarse del conjunto acabará consiguiéndolo. O se mantendrá unido, pero con una desafección muy peligrosa que continuará defendiendo la independencia a la espera de nuevas oportunidades.

No son las opiniones de los políticos ni las informaciones de los medios las que me hacen pensar que este problema no se puede zanjar con parches, con paños calientes o con improvisaciones; son los puntos de vista de mis amigos catalanes los que me alertan de que las cosas no se están haciendo como se deberían hacer.

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