Supongo que quien lea las improvisadas -pero meditadas- ideas que reflejo en este blog habrá advertido que mi afinidad con el PSOE ha sufrido serias turbulencias durante los últimos meses, concretamente desde que la Ejecutiva Federal del partido lanzó un órdago al que entonces era, y ahora vuelve a serlo, su secretario general. Ni me gustó la forma mediante la cual el “aparato” obligó a Pedro Sánchez a dimitir ni la terquedad de éste al empeñarse en convocar unas intempestivas primarias y un inoportuno congreso para afianzar su liderazgo, en plena crisis electoral. A los primeros les vi el plumero de la inoperancia y al segundo la frivolidad de su poco afortunada propuesta.
Pero dicho esto, reconocida la inestabilidad pasajera de mi confianza política en el partido que representa a la socialdemocracia en España, ahora me toca hablar de presente y sobre todo de futuro. Empezaré por confesar que me gustó la limpieza con la que los socialistas resolvieron sus problemas internos, así como la contención verbal de vencedores y vencidos a la hora de valorar los resultados. Ha habido de todo, ya lo sé, pero el común denominador, desde mi punto de vista, fue la mesura y la cordura.
Pedro Sánchez, en quien en algún momento observé zalameros e inmaduros guiños a Podemos, parece haber aprendido la lección de que hasta ahora los de Pablo Iglesias no sólo no le ayudaron cuando tenían que haberlo hecho, sino que además aprovechan cualquier ocasión para denigrar al partido socialista hasta la saciedad, contribuyendo con su actitud a crear un ambiente de hostilidad que poco espacio deja al entendimiento. Es cierto que los de Podemos muestran en estos momentos unas formas menos agresivas con el PSOE, pero mucho me temo que las heridas que originaron como consecuencia de su obsesión por la hegemonía tarden mucho en cicatrizar.
Juntos pero no revueltos sería el lema que yo escogería para definir la relación que deseo entre los dos partidos de la izquierda. Juntos para desplazar a la derecha del gobierno en cuanto se den las circunstancias y así reiniciar las políticas sociales y progresistas que necesita nuestro país; separados para que la utopía de la “nueva izquierda” no desvirtue los principios de moderación realista socialdemócratas. Pero para ello sólo hay un camino, el de ganar las elecciones con suficiente amplitud para que resulte indiscutible la supremacía socialista. Ahora no es posible –la aritmética no permite engaños-, pero prefiero pensar que lo será en el futuro. En cualquier caso, las cosas no pintan mal, las encuestas demuestran un lento pero perceptible avance del PSOE, que se acerca al PP al mismo tiempo que se desmarca de Podemos. Ese es el único camino y ojalá muchos votantes progresistas lo entiendan como yo lo entiendo.
Hay un tema que está creando un cierto desconcierto, el de nación de naciones, que a mí no me causa ninguna desazón. Ya sé que las palabras a veces son traicioneras y que la semántica puede manejarse a capricho de las ideas. Pero si entendemos por nación el conjunto de personas que comparten un idioma, unas costumbres, una identidad cultural y una historia, España está formada por naciones, al mismo tiempo que el país en su totalidad también lo es. De lo que se trata ahora es de darle forma política a esa realidad incuestionable y ahí es donde empiezan los desasosiegos. Yo soy partidario del federalismo, es decir de reconocer constitucionalmente, sin tapujos, a las naciones que componen el estado que da forma a la nación española, sin menoscabo de la unidad de ésta. Y parece que por ahí van las propuesta del PSOE.
Veremos hasta cuando dura mi recobrada confianza en el PSOE.
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