25 de julio de 2017

El difícil arte de vivir

Ya sé que el título que he escogido para esta reflexión es un auténtico tópico de proporciones descomunales, porque ni existe tal arte ni se puede hablar con propiedad de saber vivir. Se vive como se puede, que ya es decir, y punto.  Los gustos además no son extrapolables, de manera que lo que algunos considerarían sibaritismo, lujo y el no va más, a otros podría resultarles vulgaridad, chabacanería y qué he hecho yo para merecer esto. Hay entretenimientos, distracciones y hobbies que causan felicidad a unos, mientras que otros los tacharían de suplicios medievales, de potros de tortura. Pero, como disfruto retorciendo el significado de las frases, me voy a quedar con el engañoso encabezamiento para referirme a un asunto muy concreto: la actitud ante la vida. Nada más y nada menos, pero estamos en verano y el calor incrementa la osadía.

Participé el otro día en una discusión veraniega, de esas de bebidas largas y razonamientos cortos. El Camino de Santiago y la afición sobrevenida a tantos y tantos de cumplir con la vieja tradición peregrina estaba en el meollo del debate. Unos defendían las incomodidades a las que se ven sometidos los caminantes, como si el sufrimiento fuera la quintaesencia del rito medieval, y otros cuestionaban que fuera necesario pasar calamidades para hacer senderismo, por grande que sea el trasfondo religioso del experimento. Dos actitudes, dos tomas de posición antagónicas, que sólo demuestran que las cosas son del color del cristal con que se miren.

Atribuyen a Guerrita -otros a El Gallo, porque en esto de las autorías los historiadores nunca se ponen de acuerdo- la frase “hay gente pa to”, expresión que se ha convertido en proverbial cuando alguien quiere zanjar una discusión sobre gustos y predilecciones, y que yo incorporo a mi dialéctica personal con frecuencia, aun siendo consciente de que peco de poco original. Quizá lo haga porque en una ocasión me contaron que Guerrita, el histórico torero cordobés, la pronunció cuando alguien le explicaba en qué consistía el paracaidismo, incipiente deporte en aquellos tiempos del que el matador parece que nunca había oído hablar. Me llamó la atención su sorpresa ante lo que debía de considerar una irresponsable temeridad, precisamente un hombre que se jugaba la vida un día sí y otro también a beneficio de la afición.

He citado antes el bizantino debate sobre el Camino de Santiago y más tarde la sorpresa del torero, para concluir que no hay aficiones mejores que otras ni sabiduría en las maneras de vivir ni modelos que imitar. Lo que hay son actitudes personales ante la vida, y en eso sí que somos todos muy diferentes, desde los que sólo encuentran enormes piedras en el camino y centrados en sortearlas son incapaces de disfrutar del panorama completo que se les ofrece, hasta los que, por el contrario, disfrutan hasta de los obstáculos que se les atraviesan en el recorrido. Porque piedras y obstáculos claro que los hay, forman parte de la vida, y depende de uno mismo elegir el color con qué mirarlos.

Si lo pienso bien, a lo mejor resulta que sí tiene que ver el título con la reflexión.

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