6 de septiembre de 2019

Las otras ausencias

Hablaba yo el otro día en este blog de la tristeza que me causa observar las ausencias que se van produciendo a mi alrededor año tras año ("Fiestas de pueblo", 16/08/19). En aquella ocasión me refería a las ausencias físicas, aquellas que proceden de la muerte o de la enfermedad o de la debilidad mental. Hoy, sin embargo, quisiera referirme a otro tipo de ausencias, las que descubro en personas que con el transcurrir de los años han variado tanto su comportamiento, su manera de pensar y su actitud ante la vida, que apenas las reconozco. Están ahí, es cierto, pero tengo la sensación de que  no estuvieran. Supongo que el cambio en ellos se habrá ido produciendo paulatinamente, pero sucede que como son transformaciones que sólo se perciben si se analizan con cierto detenimiento o si se aguza el ingenio, en algunos casos he tardado mucho tiempo en ser consciente.

Las ausencias a las que me refería hace unos días lo son por aptitud. No están porque no pueden estar. Las que traigo hoy aquí lo son por actitud. No están porque no quieren estar como estaban antes. La vida ha cambiado sus percepciones, sus gustos y sus anhelos de tal manera que en realidad están ausentes. Y aunque en ocasiones se sienten junto a mí –de mayor o menor gana, eso no importa-, contribuyen a  aumentar mi añoranza de unos tiempos que ya nunca volverán.

El discurrir de la vida no admite marcha atrás. Y la vida de cada uno de nosotros está constituida, entre otras muchas cosas, por los que te rodean, por el conjunto de personas que interaccionan contigo. Si estos cambian su actitud, tu vida cambia. Si el hábitat se hace distinto y tú pretendes continuar viviendo como si nada hubiera sucedido, te sientes incómodo, frustrado y decepcionado.

En cualquier caso, es una pena que uno no pueda seguir manteniendo con los demás el mismo nivel de sintonía que siempre tuvo. Pero lo peor de todo es que no tiene solución. Porque, ¿les voy a exigir a los otros que sigan siempre tal y como eran? O acaso, ¿tendré yo que acomodar mi conducta, mis ilusiones y mis pretensiones a las de quienes me rodean? Lo primero sería una pretensión inútil; lo segundo constituiría un acto de generosidad absurda, un contrasentido. La vida es como es y la tomas o la tomas.

El resultado de todo esto es que como consecuencia de las ausencias- por aptitud  o por actitud- uno se encuentra cada día más solo, por mucho que intente mantener el contacto con los que le rodean. Se hacen esfuerzos para evitarlo, pero los resultados suelen ser escasos. Se intenta –o al menos yo lo intento- ignorar las ausencias, pero al final se hacen presentes por todas partes. 

¿Será este fenómeno lo que algunos llaman la soledad del viejo? ¡Y yo que sé!

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