Desde que empecé a escribir de manera sistemática no me faltaron nunca asesores literarios. Desde el primer borrador de la primera novela que dejé en manos de algún amigo, me empezaron a llover amables consejos sobre la forma y el fondo de mis escritos, recomendaciones que jamás eché en saco roto. Uno de los que más me llamaron la atención fue el que se refería a la riqueza que aporta al lenguaje el uso de símiles y comparaciones, sobre todo cuando se utilizan en sentido figurado. Puedo asegurar que desde entonces procuro seguir al pie de la letra aquel acertado consejo, no sólo cuando escribo, también cuando analizo la escritura o el lenguaje de los demás.
Por eso entendí perfectamente el sentido que Pedro Sánchez quiso darle a la expresión perder el sueño, cuando hace unos días en una entrevista televisada se refirió a los temores que le producía la posibilidad de formar un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Lo pudo haber dicho de otra forma, pero eligió un símil para dejar las cosas más claras. Después amplió la explicación utilizando la expresión de dos gobiernos en uno, una idea que desde mi punto de vista no deja dudas interpretativas sobre las razones que motivaron su rechazo a la propuesta. Una cosa es gobernar en coalición y otra muy distinta cogobernar con la vista puesta en objetivos distintos.
Aunque se esté derramando mucha tinta por parte de unos y otros en aderezar el relato, la investidura fallida es agua pasada. Ahora toca pensar en las próximas elecciones, de las que puede salir cualquier cosa. Pero, en todo caso, a mí la explicación que dio Pedro Sánchez me convence, porque nunca hubiera entendido que una izquierda moderada gobernara de la mano de una fuerza radical cuyos objetivos difieren por completo en algunos importantes asuntos de Estado. Hubiera sido un absoluto sinsentido, una decisión que hubiera dejado descolocados a muchos votantes del PSOE, sobre todo a aquellos que están muy lejos de la radicalidad utópica.
Es cierto que si Pedro Sánchez hubiera cedido a las pretensiones de Podemos muy probablemente hubiera conseguido la investidura. Pero no lo es menos que una cosa es ser nombrado presidente del gobierno y otra muy distinta gobernar. Tengo la completa seguridad de que la maquinaria gubernamental hubiera chirriado desde el primer momento, unas veces como consecuencia de las políticas de ámbito nacional (léase Cataluña) y otras de carácter internacional.
Es cierto, no lo voy a negar, que entre las dos formaciones políticas existen muchas coincidencias en sus programas, sobre todo en los aspectos que afectan a las reformas de carácter social. Pero incluso en éstas el alcance y los tiempos que proponen cada uno son distintos. El PSOE buscará siempre el máximo consenso político posible en cualquier reforma social que afecte al equilibrio presupuestario. A Unidas Podemos parece no importarle demasiado la reacción de los mercados, a los que tilda con el genérico IBEX 35. Y con esas diferencias de criterios, que no son baladíes, es imposible cogobernar.
Se dice ahora que pudiera ser que la izquierda haya perdido la oportunidad de gobernar. Quién lo sabe, porque ni los analistas políticos más señeros son capaces de predecir en estos momentos qué va a ocurrir en las próximas elecciones. Pero lo que sí parece claro es que cualquier cosa que suceda no será peor que la inestabilidad que hubiera originado el extraño maridaje entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que proponía el segundo. Y que nadie se engañe, lo que ha sucedido ahora volverá a suceder si se dieran las mismas circunstancias.
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