17 de noviembre de 2019

Los cuatrocientos golpes

Con este enigmático título  no me refiero a la magnífica película que dirigió Francois Truffaut en 1959 -Les quatre cents coups-, sino a algo tan simple como que las líneas que vienen a continuación constituyen el cuadrigentésimo artículo de los publicados en el Huerto abandonado. Se trata por tanto de una cifra que, aunque nada tenga que ver con la inolvidable cinematografía sin dogmas de la nouvelle vague, para mí representa algo importante, permítaseme la inmodestia. El día 13 de julio de 2018 publiqué una entrada con el título de Trescientos artículos y en su desarrollo daba a entender que, aunque me propusiera llegar a los cuatrocientos, en mi fuero interno abrigaba la sospecha de que en cualquier momento abandonaría el empeño. No ha sido así y por tanto estoy contento.

Una vez más me pregunto por qué sigo escribiendo y una vez más me contesto que porque la escritura me reconforta el ánimo. El día que lo deje, o porque las ideas se hayan agotado o porque me caiga del guindo de las ilusiones, estoy seguro de que notaré un gran vacío, ya que, aunque no sea demasiado el tiempo que cada día dedico a la escritura, ese momento de introspección creativa me estimula más que muchas otras cosas en la vida. Parecerá una exageración, pero así es. Un amigo mío ante lo inexplicable de algunos de los comportamientos humanos que observaba a su alrededor solía decía: “ca” uno es “ca” uno. Pues eso.

Mi propósito ahora, no haría falta que lo dijera, es llegar a los quinientos. Como sospecho que el ritmo cada vez vaya siendo más lento, calculo que para alcanzar esa meta tardaré más de dos años, lo que significa que habré alcanzado una edad en la que quizá cambie las uves por las bes y se me olviden las haches. O lo que todavía podría ser peor, que empiece hablando de las Órdenes Religiosas durante la reconquista de la Península Ibérica y termine con que la estabulación del ganado vacuno supuso en su día una auténtica revolución agropecuaria. Porque las neuronas, no lo olvidemos, se van agotando a una velocidad irrefrenable y todavía no se han inventado los trasplantes cerebrales.

Prefiero pensar en que ese momento todavía no ha llegado. Es más, me gusta imaginar que la escritura me ayuda a retrasar el deterioro mental, esa espada de Damocles que pende sobre los seres humanos a partir de cierta edad, la peor quizá de las desgracias que le pueden sobrevenir a los mortales. Escribo, luego pienso; pienso luego vivo. Quizá sea una manera de entretener los temores, de mantener a un lado las inquietudes; pero en cualquier caso es una forma efectiva de continuar en la brecha intelectual o al menos en la única que a mí se me ocurre.

Hoy voy a ser muy breve, porque si continúo escribiendo terminaré o pecando de narcisista o lloriqueando por los rincones. Lo dicho: voy a por los quinientos. Otra cosa será que lo consiga.

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