21 de noviembre de 2019

Matrimonio de conveniencia

Decía el otro día que a mí el reciente acuerdo firmado entre el PSOE y Unidas Podemos para formar un gobierno de coalición no me ha dejado indiferente. O mejor dicho me ha producido inquietud y una pizca de regusto de incertidumbre. Porque, a pesar de que abre la posibilidad de que durante un tiempo gobiernen fuerzas progresistas que den a la política española dignidad social, no acaban de encajarme las piezas del complicado puzle. Tantos dimes y diretes, tantos sí es sí y no es no y tantas desconfianzas previas me hacen temer que las buenas intenciones puedan hacer agua en cuanto el barco zarpe. Pero, como socialdemócrata que me considero, me veo en la obligación de hacer de la necesidad virtud y de dar un voto de confianza a los firmantes, aunque tenga que hacerlo cruzando los dedos.

Intentaré explicar de dónde vienen mis temores, que nada tienen que ver con la aguda urticaria que padecen las derechas españolas desde la pérdida de poder que han experimentado en los últimos meses, concretamente desde que la condena por parte de los tribunales de justicia al Partido Popular los puso ante un voto de censura, por cierto apoyado por la totalidad del parlamento a excepción de ellos mismos y de Ciudadanos. Es curioso, pero nunca hasta ahora había recibido tantos WhatsApps denigrando a Pedro Sánchez y mira que estoy acostumbrado a las impertinencias. Tampoco mis temores guardan relación con la más o menos disimulada consternación que expresan algunos líderes hisóricos del PSOE, cuya actitud me deja sorprendido por la falta de cintura política que demuestran. Mi preocupación tiene origen en las serias discrepancias que las dos formaciones de izquierda mantienen sobre asuntos trascendentales de la vida política española. Ni comparten la misma visión sobre el independentismo catalán ni el alcance ni los ritmos de sus respectivas propuestas para  reformar las estructuras socioeconómicas de España son iguales. Algunos puntos en común, es verdad, pero muchas diferencias sustanciales. No en vano Podemos proclama que nació para enmendar la plana al PSOE.

Lo que sucede es que soy consciente de que el partido socialista en solitario no tiene hoy fuerza suficiente, aunque sea el único con capacidad para formar gobierno. De manera que no le cabe otra alternativa que agrandar en lo posible su base, aunque sea a costa de introducir en la política un determinado elemento de inestabilidad. La izquierda está fraccionada –como lo está la derecha- y esta circunstancia le quita oportunidades al PSOE para gobernar en solitario. Es cierto que tampoco la suma de los dos partidos de izquierda alcanza un nivel que le permita gobernar sin contar con otros apoyos, pero no se puede negar que los 155 escaños conjuntos constituyen un buen punto de partida.

Aunque de momento sólo hay declaraciones de intenciones, yo prefiero pensar en que Podemos entre de la mano del PSOE en la senda de lo políticamente posible y abandone las prisas utópicas. La frase de Pablo Iglesias relativa a la experiencia de los socialistas y a la valentía de los suyos, aunque ambigua, difusa y con un toque de ingénuo autobombo, podría indicar que estos últimos van a permitir a los primeros gestionar los asuntos públicos con la debida moderación, aunque ellos actúen de constante acicate. Si fuera así, quizá la cosa funcionara. Pero lo malo es que los acicates en ocasiones se convierten en látigos. Si esto ocurriera, apaga y vámonos como dicen los castizos. Sería el principio del fin.

Porque lo que peor le puede suceder al partido socialista -la izquierda que cuenta con el mayor apoyo en nuestro país- es fracasar en sus políticas por culpa de que sus aliados le hagan perder la moderación y lo obliguen a unas reformas contraproducentes para los intereses generales. Estamos en Europa inmersos en una economía de mercado que no admite intromisiones heterodoxas. Ese es un principio ineludible e ignorarlo supondría un error político de gran envergadura. El anuncio anticipado de otorgar una vicepresidencia a Nadia Calviño parece una forma de exteriorizar que no se está dispuesto a abandonar la senda de la disciplina económica. Pero la pregunta que me hago es: ¿aceptará Podemos estas reglas del juego?

Me tranquiliza algo que en el tratamiento del “problema catalán” –el que crean algunos catalanes- se esté dispuesto a dialogar con los partidos independentistas dentro y sólo dentro de la Constitución. Hasta ahora las posiciones de Podemos estaban muy lejos de las del PSOE, como la de aceptar como principio irrenunciable la autodeterminación de cualquier territorio de España, desde mi punto de vista un disparate mayúsculo.

Lo dicho, estoy inquieto. Pero al mismo tiempo abrigo la esperanza de que impere la cordura.

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