Siento un gran respeto intelectual hacia el periodista Iñaki Gabilondo, cuyas crónicas de actualidad en la SER suelo oír con frecuencia. Su voz me acompaña durante el desayuno desde hace ya varios años, mientras me voy desperezando. Sus juicios por lo general me parecen certeros, pero sobre todo comedidos y equilibrados. En muy pocas ocasiones le he oído una frase que pudiera considerarse ofensiva, ni mucho menos una descalificación que no fuera acompañada del correspondiente razonamiento . Lo que no significa que no sea crítico e incluso mordaz con aquello que no le guste.
Sin embargo, hay veces que mi juicio difiere por completo del suyo, hasta el extremo de que me obliga a meditar durante un buen rato sobre la razón de la discrepancia. El otro día fue muy crítico con el gobierno porque se había decidido que el rey no asistiera en Barcelona a la entrega de despachos a los nuevos jueces. Yo, sin embargo, he creído entender las razones que se ocultan tras esta decisión. En mi opinión, al jefe del Estado no se le debe someter constantemente a insultos, quema de fotografías o exhibición de pancartas insultantes cada vez que pisa aquellas tierras. Con esas demostraciones fuera de tono no sólo se denigra a una persona, sino sobre todo a una institución que forma parte de nuestra actual estructura constitucional. Evitar estos escarnios es una obligación del gobierno.
Ya sé que el argumento que se esgrime para criticar esta decisión se basa en el supuesto de que se trata de una concesión a los separatistas, con objeto de conseguir su apoyo a los nuevos presupuestos. No digo que no pueda interpretarse así; pero, incluso aceptando este supuesto, a mí me parece bien que, al mismo tiempo que se protege a la institución, se trabaje para que dispongamos cuanto antes de unas cuentas públicas capaces de afrontar los retos de esta nueva crisis económica, ya que el PP ha decidido boicotearlos.
El otro día se oyó al señor Lesmes,
presidente del Consejo General del Poder Judicial, criticar la decisión del
gobierno con tono de reproche. Incluso explicó, faltando a la prudencia exigible en tan alto cargo institucional, que el rey lo llamó para transmitirle
que le hubiera gustado haber asistido al acto. Lo que no desveló es si el
jefe del Estado le dijo si está o no de acuerdo con la medida, porque
pudiera ocurrir que lamentara no haber asistido, al mismo tiempo que entendiera
las razones de la iniciativa gubernamental. A mí me hubiera gustado que el máximo representante
de la judicatura, en vez de entrar en consideraciones políticas que no forman
parte del ámbito de sus competencias institucionales, hubiera denunciado las maniobras del PP
para bloquear las instituciones judiciales. Esa sí es una de las responsabilidades del señor Lesmes, vigilar que no se altere el mandato constitucional.
En otro orden de cosas, desapruebo por completo las palabras de Alberto Garzón y de otros ministros de Unidas Podemos sobre la actitud del rey en la conversación con Carlos Lesmes. Nada más y nada menos le ha acusado de partidismo político. No sólo me parece una acusación infundada, sino que además considero sus palabras como un gran error político. Un ministro, por muy republicano que se considere, no debe entrar nunca en descalificaciones al jefe del Estado. Lo único que consiguen los que atacan a la institución monárquica de esta manera es dar alientos a la oposición conservadora, deseosa de encontrar resquicios por donde atacar al gobierno.
No voy a decir aquello de que nunca la política española ha estado tan caldeada como está ahora, porque cualquiera que sienta interés por estos temas recordará etapas tan enconadas o más que la que se está viviendo en estos momentos. Lo que sí ha cambiado es el estilo, que de una cierta cortesía y respeto en el trato ha pasado a convertirse en una lamentable vulgaridad chabacana, donde parece a veces que los de un lado y los del otro compiten por expresar la mayor estulticia posible. El gobierno -en este caso me refiero a su presidente- debe hacer un esfuerzo por mantener el equilibrio institucional y no dejarse arrastrar por tanto incompetente.