18 de octubre de 2020

Canciones, coros, cánticos y cantinelas


La política española se ha convertido en los últimos tiempos en una especie de festival de canciones frikis. Su música suele ser monótona y estruendosa, aunque muy diferente de cualquier otra. Tiene personalidad propia, todo hay que decirlo, porque cuando uno sintoniza el televisor o la radio y coincide con un debate en el parlamento no le cabe la menor duda de lo que está oyendo. Las letras son repetitivas, auténticas cantinelas, y sólo hay que prestar un poco de atención para averiguar de qué parte del hemiciclo provienen. Pero sea del que sea llevan implícito el sello de la vulgaridad y de la falta de rigor intelectual.

Si Cánovas o Sagasta levantaran la cabeza y oyeran este certamen de desatinos, posiblemente creyeran que se trataba de un sainete o, quizá, de una opereta bufa, pero nunca del coro de los representantes del pueblo reunidos en asamblea. Aunque no es necesario ir a tanta distancia en el tiempo, porque muy pocos de los parlamentarios de hace sólo unas décadas serían capaces de averiguar que tanta  falta de rigor intelectual procede de sus sucesores en el Congreso y en el Senado. Siempre ha habido bronca política, vehemencia en los discursos y calor en las discusiones, pero dentro de unos cánones de cortesía y, sobre todo, de inteligencia.

En las sesiones de control en el Congreso de los Diputados, las preguntas van siempre precedidas de una introducción enrevesada en extremo, de una retahíla de numerosas descalificaciones, tantas como caben en el poco tiempo que disponen sus señorías; lo que demuestra que, en vez de preguntar, lo que se pretende es aprovechar la ocasión para zaherir al adversario. En consecuencia, las réplicas no son simples contestaciones a las preguntas, sino devoluciones del insulto.

Los que sentimos interés por la retórica, por la oratoria y por la inteligente utilización de la palabra nos sentimos defraudados, tanto por el fondo como por la forma. Por el fondo, porque entre las descalificaciones y los insultos se pierde el sentido del mensaje, ya que al no aportar nada comprensible se evapora entre los pliegues del cerebro, sin aportar nada en absoluto. Por la forma, porque en vez de oír apreciaciones sutiles, críticas ingeniosas o recomendaciones interesantes, sólo se oye un extenso vocabulario de improperios, a cuál más grueso y por tanto más estúpido.

Lo lamento, pero lo digo como lo siento. La política se ha convertido en un oficio de gentes de poco valor intelectual, en el modus vivendi de aquellos que no sirven para otra cosa.  Antes había rotación entre el desempeño de determinadas profesiones liberales y el paso por la política. Ahora los políticos se forman en sus respectivas escuelas de “mandos” y pasan a la política sin más experiencia que la que han recibido en sus centros de formación. A veces, no siempre, se cubre el expediente rodando a los neófitos en alcaldías o autonomías, para después soltarlos en el escenario de la política nacional. El fracaso no  preocupa, porque llegado el momento siempre estarán ahí las puertas giratorias.

Ahora, cuando una oposición desorientada ha decidido que la única manera de recuperar el poder es derrocar como sea al legítimo gobierno salido de las urnas, la crispación se ha enseñoreado de los hemiciclos. Tanto es así, que cuando se intenta buscar entre la palabrería alguna crítica concreta a la gestión del actual ejecutivo nunca se encuentra. Sólo se percibe una especie de sonido bronco, rudimentario y tosco, como si se intentase sustituir a la palabra por un ruido incomprensible. Quizá, me pregunto, resulte que no tienen nada que decir.

El gobierno haría muy bien en no caer en la tentación de responder con la misma actitud. Es difícil, porque las groserías suelen ser tan exageradas que los resortes de la paciencia saltan incontrolados. Pero es que si no son capaces de hacerlo caerán en la trampa que tratan de tenderles, porque está claro que la estrategia del PP y de Vox -tanto monta, monta tanto- está dirigida a la provocación, para que los españoles podamos decir aquello de son todos iguales. El presidente y sus ministros están obligados a mantener la calma, a templar el ánimo y a no perder los nervios. Si no son capaces, la derecha reaccionaria acabará consiguiendo el objetivo de desbancarlos.

2 comentarios:

  1. Alfredo Diez Esteban19 octubre, 2020 09:14

    La raíz del problema creo que está en los mecanismos de los partidos para seleccionar a los que los gestionan y representan.

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  2. Pero el mecanismo siempre ha sido el mismo -a dedo- y ahora se echa de menos esa talla intelectual que se necesita en política. Yo creo que antes había un "proceso natural de selección" de los líderes y ahora las "escuelas de mandos" nutren los cuadros de dirección de los partidos. Y eso en política no funciona.

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