11 de octubre de 2020

Miedo me da


Hace tiempo, estaba convencido de que, por larga que fuera mi existencia, por muchos años que viviera, no me daría tiempo a observar grandes cambios sobre la tierra. Tenía la sensación de que al final, cuando llegara la vejez, el mundo sería más o menos igual a como era cuando empecé a tener uso de razón. Las modificaciones en las costumbres y los equilibrios políticos me parecían tan estables, tan inamovibles y tan sólidos, que suponía que dejaría un escenario prácticamente igual al que me recibió al nacer.

Pero llevo un tiempo descubriendo cada día tantos y tan importantes cambios en los comportamientos, que me estoy dando cuenta de que esto de ahora no se parece en nada a lo de hace unos años. ¿Cómo hubiera podido imaginarme que el actual presidente de los Estados Unidos de América, después de haber creado con su comportamiento negacionista un brote de coronavirus en la propia Casa Blanca, iba a regresar a su residencia rodeado de fanfarrias e himnos triunfales, arrancándose la mascarilla con aires de héroe mitológico? A lo largo de mi vida he conocido a doce presidentes americanos, sin contar a Roosevelt y a Truman, de los que nada recuerdo; y aunque de cada uno de ellos podría hacer un juicio crítico, porque no todos me han gustado o disgustado por igual, he reconocido siempre en ellos cierta elegancia cuando comparecían en público. Daban la sensación de estar entrenados para ejercer el cargo.

Pero desde que Donald Trump reside en la Casa Blanca las cosas han cambiado. La vulgaridad, el populismo y la mala educación forman parte de su comportamiento habitual, lo que debería importarme un bledo si no fuera porque preside la nación más poderosa del mundo, de la que, en mayor o menor grado, dependemos todos. Verle actuar da grima. Sus gritos, sus gestos, sus actitudes chulescas recuerdan más a los protagonistas de las películas del oeste -a los malos, quiero decir- que a lo que debería esperarse de tan alto mandatario.

Lo preocupante de esto es que es presidente porque millones de ciudadanos americanos han decidido que lo sea. Y digo que es lo preocupante, porque significa que su modo de hacer las cosas gusta a muchos. Pero no sólo dentro de los Estados Unidos, también más allá de sus fronteras. Bolsonaro está ahí, como en su momento estuvo Berlusconi, porque lo han elegido sus partidarios. Aunque no es necesario mirar fuera de nuestras fronteras, porque aquí, entre nosotros, tenemos a nuestro alrededo a muchos pequeños Trump, seguidores del más puro populismo reaccionario, de los que hoy no voy a hablar porque no toca.

El mundo pasó hace unas décadas una convulsiva época dominada por los fascismos, de manera que alguno al leer estas líneas pensará que de qué me sorprendo después de haber sucedido lo que sucedió con Hitler, con Mussolini y con tantos de sus imitadores europeos. Pero es que aquello fue distinto, porque se trataba de dictaduras descaradas, sin tintes de democracia, ya que ni la practicaban ni la defendían. El populismo reaccionario de ahora se disfraza de demócrata y vive bajo la teórica bandera de las libertades y del respeto a los derechos del hombre, por lo que engaña a tantos. Es un lobo disfrazado de cordero, que apela a los miedos de los ciudadanos para ganarse su afecto. Yo estoy aquí, dicen sus líderes, para salvarte de tantos peligros como te acechan. Déjalo en mis manos, que yo sé muy bien cómo defenderte.

Definitivamente, el mundo ha cambiado mucho desde que tengo uso de razón. Lo hace poco a poco, es cierto, pero en los últimos años a una velocidad vertiginosa. Un cambio que nos está llevando a un escenario descaradamente ultraconservador y retrógrado, hacia una sociedad donde el insulto la descalificación y la mentira prevalecen por encima de cualquier otra consideración.

A mí, sólo pensarlo, me da miedo.

2 comentarios:

  1. Alfredo Diez Esteban13 octubre, 2020 14:00

    Pues si: Trump, Bolsonaro, Johnson, Putin, Lukashenko, Maduro, ... pero hay tantos otros. El mundo cambia rápidamente y muchas veces - aunque no siempre - para mal. Uno podía esperar que la pandemia diese paso a un sentimiento de solidaridad entre países y entre partidos dentro de cada país, pero las cosas no están yendo por ese camino, al menos por ahora.

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  2. Hay muchos, es cierto. Pero algunos se llevan la palma de la insolidaridad y de la vulgaridad casposa. Esos son los que más miedo me dan.

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