24 de julio de 2021

No te pases de la raya

Oí en una ocasión que la ironía es en el lenguaje lo que la reducción al absurdo en la lógica. Si algo sólo puede ser A o B y no es A, forzosamente tiene que ser B. Cuando decimos de alguien que es guapo, si la realidad muestra palpablemente y sin lugar a dudas que es más feo que Picio, estamos utilizando la ironía. Yo admiro a los que saben utilizarla adecuadamente, porque suelen ser personas inteligentes, dotados de una buena dosis de sentido del humor. Lo que sucede es que hay que tener mucho cuidado con el uso de esta figura retórica, porque, si se te va de las manos, la ironía se convierte en sarcasmo.

El sarcasmo, aunque pudiera confundirse con la ironía, es mucho más cruel. También se basa en expresar una idea mediante la contraria, pero suele utilizarse con un alto contenido de burla, de tal manera que el receptor no tendrá nunca dudas sobre la intención del sarcástico. Quedará bien claro que el comentario implica desprecio o mala intención o ganas de molestar. De ahí que la ironía deba usarse con cautela, para evitar que una mala elección de las palabras o una equivocada entonación en la expresión induzca al interlocutor a tomarla por sarcasmo.

Recuerdo una boda de alto copete, en la que la madrina, una guapa cincuentona que lucía una pamela de tan grandes dimensiones que apenas podía mover la cabeza, cada vez que alguien se acercaba a saludarla era objeto de alguna ironía, unas simpáticas e inteligentes, otras rayando en el sarcasmo. Yo estuve observando el besamanos con atención durante un cierto tiempo, porque desde el primer momento comprendí que podía ser una buena ocasión para analizar la capacidad irónica de un amplio colectivo entorno a un mismo tema, que no era otro que el tamaño del tocado de aquella señora. Hubo de todo, desde el simpático “un poco pequeña, ¿no?”, hasta el sarcástico “te has dejado el gorro en casa”.

En una ocasión, cuando me presentaron al padre de tres jovencitas en edad de merecer, le dije que tenía unas hijas guapísimas. Era tan evidente que la belleza en todas ellas brillaba por su ausencia, que ni su progenitor podía ignorarlo, algo que con las precipitaciones del momento no tuve en cuenta. Mi intención era alagarlo con un elogio improvisado, pero enseguida comprendí que el otro se había molestado, aunque por supuesto no lo manifestara.

Recuerdo que hace muchos años, cuando yo tenía siete u ocho años y estaba invitado a comer en casa de unos tíos míos, al acabar el primer plato él le dijo a ella: “la próxima vez cambia de sopa y no la pongas de espinas”. Creo que fue la primera vez en mi vida que oí un sarcasmo, aunque no supiera lo que era. A pesar de los años que han transcurrido desde entonces, con independencia del cariño que les tenía a los dos, no se me ha olvidado aquella ironía convertida en sarcasmo.

En mi opinión, una buena utilización de la ironía supone sentido del humor y como consecuencia un buen nivel de inteligencia. Por el contrario, los sarcasmos demuestran poca capacidad de bromear y por consiguiente torpeza, cuando no un coeficiente intelectual mediocre. Por eso, aunque a mí se me escapan las ironías con cierta frecuencia, ante la posibilidad de pasarme de la raya y convertirlas en sarcasmo he decidido refrenar el ímpetu. En boca cerrada no entran moscas.

Como algunos dicen ahora, el lenguaje es lo que tiene.

3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo que es peligroso abusar de las ironías. De todos modos lo de la sopa de espinas tuvo su gracia. JAJAJA.

    ResponderEliminar
  2. Lo de la sopa de espinas me sirve de ejemplo de cómo una ironía lanzada sin mala intenciób, sólo para hacer una gracia, puede convertirse en sarcasmo. Supongo que a ella no le hizo ninguna gracia. Pobre tía Maria...

    ResponderEliminar

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.