Pero es que además se están introduciendo poco a poco en el lenguaje unas cursilerías espantosas. La expresión hasta la vista, o la más castiza hasta más ver, se está sustituyendo por la de que pases un buen día, expresión bienintencionada, qué duda cabe, pero más cursi que un repollo con lazo. O esa otra de cuídate, con la que algunos, aunque no lo pretendan, te están acusando de descuidado. A mí, cuando la oigo, me entran ganas de contestar: y tú más.
Lo malo de lo anterior, tanto del
deterioro del lenguaje como de la introducción paulatina de expresiones cursis,
es que los primeros en caer en ello son los comunicadores, preocupante porque sus
expresiones en radio y televisión impactan mucho más que las recomendaciones de
los foros del lenguaje, incluido entre estos la RAE. Suelen ser periodistas,
algunos incluso de acreditada solvencia profesional, pero que o han olvidado lo
que les enseñaron en su día en la facultad o les importa muy poco la calidad
del idioma. Ninguno de los que veo u oigo a diario se libran de ello.
De las cursilerías tampoco se salvan, ni mucho menos, los políticos. Ahora añaden a cualquier afirmación que hagan aquello de como no podía ser de otra manera, expresión que supongo que pretende resaltar lo incuestionable de sus palabras, no vaya a ser que alguien las ponga en duda. O también el afectado poner en valor, quizá porque el verbo valorar les resulte insuficiente o poco digno de su talla de estadista. El otro día, a un preclaro líder le oí decir que las falsedades fustigan y erosionan su ya mermada credibilidad, por supuesto refiriéndose a un adversario parlamentario. Qué bonito y, sobre todo, que fino.
Hay quienes confunden hablar bien con hablar cursi. Lo primero es atenerse lo más posible a las reglas gramaticales de nuestro idioma. Lo segundo significa que hay quienes confunden la corrección en el habla con las florituras que van oyendo por aquí y por allá, algunas extraídas como he dicho de los comunicadores audiovisuales y otras de los políticos.
A mí me gusta el lenguaje figurado, el de los símiles, las comparaciones ingeniosas y las metáforas. Cuanto más las usa un escritor, más valor doy a su expresividad literaria. Pero una cosa es escribir utilizando una retórica elegante y otra muy distinta hablar como si estuviéramos recitando poesía, porque en la comunicación verbal, cuanto más directos y por tanto claros seamos, mejor se nos entenderá. Si leo que las aves volaban bajas, lo que vaticinaba la proximidad del gélido invierno, mi sentido de la estética literaria lo agradece. Pero si eso me lo dice alguien para recomendarme que no salga a la calle sin ponerme el abrigo, me entran escalofríos, y no precisamente porque se aproximen las bajas temperaturas invernales.
Cuidemos el lenguaje, sin caer en la cursilería y la afectación ramplona.