Pero lo cierto es que los de ahora carecen en absoluto de carisma. Son tristes, aburridos, ponen unas sonrisas falsas que no engañan a nadie, hablan como si trasmitieran grandes ideas cuando en realidad no están diciendo nada. Suelen aparecer en los medios de comunicación rodeados de acólitos y palmeros que ponen cara de estar escuchándolos atentamente; pero no consiguen transmitir a la audiencia ni un ápice de lo que de verdad está pasando por sus cabezas en ese momento. Parece como si se hubieran dejado toda su capacidad de convencimiento en las redes sociales y que, como consecuencia, frente a las cámaras y los micrófonos sus mentes se quedaran en blanco.
Adolfo Suárez fue un político carismático. Atrajo la confianza de millones de españoles de ideas muy distintas, porque su manera de expresarse transmitía seguridad y aplomo. El español medio sabía que lo que tenía el presidente del gobierno por delante en aquel momento era una difícil misión, pero se aferraba a la idea de que aquel hombre procedente del Movimiento -el partido único de la época- podría con todo. Muchos de ellos -yo entre ellos- lo acompañaron en los primeros momentos con la confianza de sus votos.
Después vino Felipe González, éste por el contrario procedente de la clandestinidad, dirigente de un partido que todavía entonces se definía como marxista, palabra que levantaba sarpullidos en el imaginario de muchos españoles. Pero tenía carisma y supo conciliar las ideas de uno de los partidos que habían perdido la guerra con la nueva situación política, una democracia recién estrenada y por tanto débil. Ganó las elecciones cuatro veces y estuvo al frente de los destinos de la nación durante catorce años.
Voy a dar un salto en el tiempo. Qué decir de Pablo Casado. Alguno de los suyos lo han tildado de niñato, pero yo no quiero salirme del guion que me he propuesto hoy, el del carisma de los políticos. Cuando hablaba, componía una media sonrisa, entre irónica y “dobleintencionada”, algo así como ustedes ya me entienden. Nadie le oyó nunca una propuesta política, ni buena ni mala ni regular. Adoptaba el triste papel de contrarréplica de Pedro Sánchez, de manera que sólo respondía a los estímulos que le provocan las iniciativas del otro. Siempre decía lo contrario de lo que le marcara el actual presidente del gobierno. Sus reacciones eran del todo predecibles, lo que significaba que carecía por completo de carisma.
Pero Casado ya no está y le ha sucedido Feijoo, un político para mí desconocido, del que todavía no tengo criterio formado. Tiene aspecto de serio, compone una figura muy distinta de la de su antecesor, muy de verlas venir, pero con muy poco entusiasmo, lo que pudiera significar falta de confianza en lo que dice. A mí me parece que carisma, atractivo para atraer a la gente, no tiene. Lo que sucede es que ante la catástrofe que supuso el estridente cambio de dirección por descalabro de la anterior, los conservadores han respirado con alivio y quizá hayan visto en él una tabla de salvación.
He dejado para el final al secretario
general del partido socialista, Pedro Sánchez, un hombre al que, aun con las ideas políticas muy claras, le falta carisma. Sabe lo que quiere -reformar el país- y está llevando su programa
social adelante con decisión, sorteando infinidad de inconvenientes. Pero se echa de menos en él ese don que consiste en subir al carro de las
ilusiones a los demás. Sus discursos son repetitivos y sosos, no logran despertar
la necesaria ilusión entre sus seguidores. Porque
no se trata de leer el Boletín Oficial del Estado, sino de presentar los logros
y los proyectos de manera inteligible. El ciudadano entiende el lenguaje de la calle y le
resulta difícil asimilar el burocrático de los políticos. ¡Tan difícil es explicarle a los españoles que la cantinela de bajar los impuestos, que la derecha y la ultraderecha repiten machaconamente un día sí y otro también, no es más que un intento como otro cualquiera de desmantelar el estado del bienestar! Pues no lo hace con la contundencia que debiera.
El carisma es un don, un don
escaso, diría yo; y a los políticos de ahora les falta esta preciada
cualidad.
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