Me duele decirlo, pero aquí sólo ha habido un vencedor, el neofascismo representado por Vox. Todos los demás han perdido, incluso el Partido Popular. Mañueco, azuzado por Génova, quería hacerse con una mayoría que le permitiera gobernar en solitario, porque, según decía, Ciudadanos no le dejaba libertad de movimientos; y resulta que ahora se ha quedado en manos de la ultraderecha, una situación mucho más incómoda que la anterior. Incómoda para él y para el ala más centrada del PP, que mira con preocupación el giro que están tomando los votantes conservadores en España, cada vez más derechizados.
Al PSOE le han perjudicado varios factores, uno de ellos el inevitable desgaste del gobierno central. Además, la proliferación de partidos de ámbito local les ha quitado muchos votos, porque los simpatizantes de estos últimos proceden en gran medida de la izquierda. Es un fenómeno que habrá que tener en cuenta a partir de este momento: la fragmentación no ha hecho más que empezar.
Ahora todo está por ver. Sin embargo, lo predecible era que Vox, una vez instalado en el gobierno autonómico exijiera que se aplicaran sus políticas de intolerancia, como sus líderes no han dejado de proclamar desde el primer momento, y, por otro lado, que el PP se doblegase a sus exigencias, como al final ha sucedido. Algunos preclaros representantes de los populares -entre ellos Núñez Feijoo- insisten en que es la mejor solución, que no hay por qué tener complejos y que gobernar con la ultraderecha no es tan malo como la izquierda dice. A los que así opinan, no sólo no les asusta esta alianza, sino que les encanta. Al fin y al cabo ya lo están haciendo en otros lugares, donde, aunque no hayan entrado a formar parte del gobierno, los neofascistas, con su apoyo, deciden las leyes que se aprueban o rechazan. La distancia ideológica que separa a algunos de estos líderes de Santiago Abascal es imperceptible.
Yo no creo que lo sucedido en Castilla y León pueda extrapolarse al resto de España, primero, porque la media del electorado de esta comunidad es más conservadora que la del país en su conjunto; segundo, porque a nivel nacional concurren partidos que nunca estarían dispuestos a permitir un gobierno en el que participara Vox. No obstante, las alarmas están encendidas y la izquierda debería poner las barbas a remojar. La ultraderecha está ahí, cada vez más afianzada, y la derecha tradicional les permite seguir avanzando.
En el PP también están aquellos a quienes la perspectiva de verse obligados a gobernar con Vox les espanta, porque supone un giro que los aparta por completo de la idea de centroderecha que todavía algunos defienden. No creo que a Moreno Bonilla en Andalucía le guste la idea, como tampoco a Núñez Feijoo, aunque este último defienda la alianza en Castilla y León. Ni mucho menos a los populares europeos, porque así como en España la derecha tradicional se codea con la ultraderecha, en el resto de Europa prefieren pactar antes con el diablo que con ellos. Ni en Alemania ni en Francia están dispuestos a permitirles que den un paso adelante. Les niegan el pan y la sal.
Pero en España las cosas son distintas, porque muchos de nuestros conservadores proceden del franquismo sociológico, con lo que codearse con los neofascistas es algo que, no sólo asumen con facilidad, sino que además les produce un cierto placer morboso. Es como volver a tiempos pasados.
Miedo me da.
Nuestro sistema democrático nos obliga a convivir con otros que piensan de forma distinta, siempre que se atengan a la Ley. El poder de un partido le viene de la gente que le vota. Hablemos y razonemos en el día a día con los que votan diferente. Creo que esa es la forma de protegernos de políticas extremistas. Tu bloc, Luis, es una forma de promover el diálogo constructivo.
ResponderEliminarDe todas formas, asimilar Vox a la extrema derecha de Francia o de Alemania, y no digamos de Polonia o Hungría, es una simplificación poco rigurosa. Afortunadamente los de aquí no son hoy por hoy violentos.
Alfredo, violencia no es necesariamente garrote. La intolerancia es otra forma de ejercerla. No aceptar que existe la violencia de género y tratar de blanquearla mediante otras fórmulas ya previstas en el código penal es una de ellas. Defender las devoluciones en caliente de los inmigrantes otra.
EliminarAlfredo, bajar la guardia ante el avance de la ultraderecha es, cuando menos, una ingenuidad en la que yo pretendo no caer, como cayeron tantos en los años entreguerras. Y así le fue a Europa.
Preocupante al menos
ResponderEliminarPero mucho. Esta ultraderecha es el caballo de Troya de la democracia. Si no, al tiempo.
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