La llegada de Núñez Feijoo a la política nacional, en sustitución del defenestrado Pablo Casado, introdujo la esperanza de que desde el principio marcara diferencias con la ultraderecha. Pero fue una sensación fugaz, porque su apoyo incondicional a Díaz Ayuso y sus alambicadas justificaciones de la alianza del presidente de Castilla y León con Vox acabaron enseguida con las especulaciones. El nuevo presidente del PP se ha subido al carro del compadreo con los populistas de Vox, lo que demuestra que el partido entero se está pasando poco a poco a posiciones extremista. Quién te ha visto y quién te ve.
Los escándalos dialécticos del vicepresidente castellano en Valladolid, con sus grotescas mentiras sobre la educación sexual de los niños en los colegios de aquella comunidad y, por si fuera poco, con la displicente contestación a una diputada con discapacitación, a la que espetó que le contestaba como si se tratara de una persona normal, han levantado tempestades en los medios de comunicación, pero ni siquiera una ligera brisa en la dirección popular. Se han limitado a dar imprecisas explicaciones, cuando no a mirar para otro lado. En algunos casos ni siquiera se han dignado a contestar a las preguntas de los periodistas. No se atreven a enfrentarse con sus únicos posibles apoyos políticos. A punto de desaparecer Ciudadanos por derribo incontrolado, no hay un solo partido en el amplio abanico electoral español que los apoye, salvo Vox.
Los conservadores en España se han quedado completamente aislados, divididos en dos bandos, uno, Vox, sin disimulos sobre su radicalidad, el otro, PP, cada vez con menos complejos sobre las posiciones reaccionarias a las que está llegando. No se sabe muy bien si esto último se debe a la necesidad imperiosa de no quedarse solos o a que su electorado, cada vez más radicalizado, se lo exige. Pero lo cierto es que aquella vieja teoría de que sería bueno llegar a ciertos pactos de Estado entre socialistas y populares para hacer frente a los retos que tiene planteado nuestro país se ha ido al cajón de las ingenuidades. La radicalidad de los conservadores lo ha hecho imposible.
En política hay que estar a favor de algo y no en contra de nada. Y esta alianza de la derecha tiene todo el aspecto de nacer de un intento desesperado de hacer frente a las fuerzas progresistas, a las que algunos de sus dirigentes llaman de los “socio-comunistas-rompedores de la patria”, una expresión cargada de demagogia palurda que retrata muy bien la verdadera ideología de quienes la pronuncian. Si uno analiza las líneas fundamentales de los programas de Vox y PP, se encuentra con que no hay demasiado en lo que coincidan, solo los aspectos “anti”, en los que sí lo hacen. Pero como el segundo necesita al primero, pelillos a la mar.
Se veía venir, pero nunca pensé que
llegaría con tanta rapidez. La derecha española, liberada de complejos, se ha
sumado a las filas de los ultramontanos. Ya, ni lo disimulan. La única
esperanza estaba en que con su nueva dirección el PP cambiara el rumbo, pero no ha
sido así, sino todo lo contrario. Me pregunto, como hago siempre que pienso en futuras elecciones, qué camino
tomará en los próximos comicios esa amplia franja de electores moderados, la que siempre inclina con sus votos hacia un lado u otro la balanza electoral. ¿Les permitirá su moderación
hacer de tripas corazón ante esta alianza radical? Cuesta creerlo.