Admitir afirmaciones que no tienen fundamento racional es superstición, se trate de simplezas o de grandes doctrinas teológicas. Algunos a esto último lo llaman Fe, escrito así con mayúscula. Pero creer en lo que no se puede demostrar, se trate de la mala suerte que otorga pasar por debajo de una escalera o de atribuir milagros a divinidades, santos y profetas no deja de ir contra la razón. Ni lo primero ni lo segundo es demostrable científicamente, por lo que admitirlo entra dentro de lo que se entiende por superstición. El ser humano es libre para escoger lo que quiere o no quiere creerse, y en eso nada tengo que objetar. Pero, precisamente en función de esa libertad, yo he escogido el escepticismo como norma de conducta, que no significa negar por negar, sino no admitir lo que no esté debidamente demostrado por el conocimiento.
Si somos seres racionales, si tenemos capacidad para analizar cada suceso con detenimiento, pero sobre todo si vivimos en el siglo XXI, cuando los descubrimientos científicos arrinconan día a día las viejas teorías y nos enseñan la pequeñez de nuestro conocimiento en comparación con el mundo por descubrir, ¿cómo se puede vivir sin ser escéptico? Sólo hay una forma, la de negarse a razonar y sustituir el discernimiento por la superstición, una postura sin duda cómoda, pero desde mi punto de vista engañosa. Cómoda, porque evita pensar, y engañosa, porque se admite sin pruebas. No olvidemos que creer significa dar algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado.
Las creencias, no sólo religiosas sino todas en general, se basan en la aceptación sin condiciones de algo que gratifica al creyente, unas veces por la costumbre heredada y otras por la necesidad de sentir amparo ante el desconocimiento del mundo que nos rodea, donde las magnitudes tiempo y espacio sobrepasan nuestra capacidad mental. El universo puede que no tenga límites y ni haya tenido origen ni vaya a tener final. Pero esa teoría colisiona con nuestra limitada capacidad intelectual, acostumbrada a manejar magnitudes finitas. Por eso se acude a veces a interpretaciones sobrenaturales, es decir, a creer en lo que no se puede demostrar.
Ante lo desconocido, los escépticos utilizamos la reflexión en vez de aceptar lo indemostrado.
Personalmente soy escéptico, pero para ser riguroso intento pensar que la experiencia y la lógica tal vez no sean las únicas fuentes de conocimiento, aunque lo sean para mí. Al fin y al cabo ha habido y hay muchas personas, mucho más sabias que yo, que no son escépticas y otro gran número de personas que sí lo son.
ResponderEliminarAlfredo, es cierto que ha habido y sigue habiendo personas sabias que no son escépticas. Allá cada uno con su escepticismo y con sus supersticiones. En cuanto a las fuentes del conocimiento, no veo claro a qué te refieres. Supongo que no a las revelaciones sobrenaturales. ¿Hay alguna otra fuente que no sea la lógica y el conocimiento?
ResponderEliminarMe refiero a eso tan difuso que llamamos intuición.
EliminarComo tú bien dices, la intuición es tan difusa que yo procuro no guiarme por ella. Debe de ser porque soy un escéptico.
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