Del regreso del rey emérito a España nada voy a objetar. Los asuntos judiciales son competencia de los jueces y, desde un punto de vista político, mientras no se cambie la Constitución respeto las figuras institucionales, me gusten o no me gusten. Por otro lado, que un ciudadano español quiera volver a España de vez en cuando me parece razonable. Está más cerca de los suyos y de sus costumbres que allá en Abu Dabi, donde nada se le ha perdido, salvo poner tierra por medio, preocupado por sus opacos manejos económicos, de los que, por cierto, sigue sin dar explicaciones a los españoles.
Ahora bien, que después de lo que ha llovido viaje en un jet privado de los que quitan el hipo, se vaya inmediatamente al club náutico de la población que ha elegido como destino de este viaje y se remueva Roma con Santiago con ostentación para que a su majestad no le falte de nada, me deja un tanto perplejo, sobre todo en un país inmerso en crisis pandémicas y bélicas. Es un gesto que me parece muy poco adecuado a las circunstancias. No sé quien se lo habrá recomendado, pero puestos a imaginar yo diría que la iniciativa es más propia de republicanos que quieran echar leña al fuego del republicanismo reivindicativo, que de monárquicos que se preocupen de proteger la imagen de la familia real.
Lo decía al principio y lo vuelvo a decir. Hay que cuidar los gestos si no se quiere caer en la zafiedad. Y aquí, no sólo no se han cuidado, sino que lo que hemos visto estos días parece la obra de alguien que quisiera desprestigiar a la jefatura del Estado. A Felipe VI no puede haberle gustado un espectáculo que pone en entredicho el repetido mensaje de aquí todos somos iguales, entre otras cosas porque muchos serán los que piensen que él forma parte de los diseñadores del espectáculo. No se trata de demagogia, como quizá alguno esté pensando al leer esto, sino de todo lo contrario: hay que cuidar la imagen de las instituciones para evitar desestabilizaciones inoportunas.
Lo de los elefantes fue un auténtico espantajo, absolutamente impropio de un jefe de Estado responsable. Lo de los enjuagues fiscales y las comisiones injustificadas, aunque no haya causa judicial abierta, es escandaloso. Lo de las regatas no desmerece un ápice de todo aquello. Son situaciones distintas, en momentos y circunstancias diferentes, pero con el común denominador de, digan lo que digan, me pongo el mundo por montera. Pero no debería ser así, porque el rey emérito está más obligado que cualquier otro ciudadano a cuidar las formas, a mantener un adecuado comportamiento, a no exponer su figura a críticas y maledicencias, a dar ejemplo.
Lo he dicho en alguna ocasión y lo vuelvo a repetir: qué difícil le ponen a veces estos comportamientos a los no monárquicos que, a pesar de ello, pretenden ser respetuosos con la Constitución y no convertirse en republicanos declarados. Muchos de éstos últimos se habrán frotado las manos contemplando al rey emérito embarcar tambaleante en el Bribón, una visión patética y hasta ridícula, que a mí, sin embargo, me ha dejado bastante preocupado por lo que significa.
Mucho me temo que hay algunos que no acaban de aprender lo que la Historia enseña.
Mucha sinvergonzonería veo yo. Sinvergonzonería y estupidez o mala leche. Alguna intención oculta hay que no conseguimos descifrar y que produce perplejidad y cabreo.
ResponderEliminarCuando se vive en la impunidad absoluta, se suelen cometer actos que no encajan en la lógica del común de los mortales. Por eso son, a mi juicio, comportamientos difíciles de descifrar.
ResponderEliminarEl Anónimo anterior soy yo, Fernando.
EliminarNo sé por qué, pero me lo imaginaba.
EliminarUn abrazo