Siempre hemos contado con la gran ventaja de disponer de una casa familiar en Castellote (Teruel) con capacidad para todos -algunos, muy pocos, tienen que dormir durante esas dos noches en algún hotel o alojamiento rural de la localidad-. Se trata de una propiedad a la que los miembros de la familia, en grupos o por separado, con amigos o sin amigos, acudimos a lo largo del año con cierta frecuencia a pasar fines de semana, puentes o pequeñas temporadas. Guijarradas aparte, el mes de agosto, cuando se celebran las fiestas del pueblo, es el de mayor concurrencia.
Digo arriba que el propósito fundamental de estas reuniones familiares es que estemos todos juntos durante unos días para fortalecer los lazos familiares. Sólo con conseguir este objetivo estarían justificadas. Lo que sucede es que, como somos tantos, de tantas generaciones y con edades tan distintas, se requiere contar con un programa de actividades que atraiga a los asistentes y que convierta a la Guijarrada en algo más que un simple encuentro, en la oportunidad de compartir risas, ocurrencias e ingenio. Por eso organizamos excursiones en todoterrenos a lugares de difícil acceso, representaciones teatrales desenfadadas, piñatas para los niños y comidas y cenas multitudinarias. Todos, desde los mayores a los más pequeños, colaboran con sus particulares aportaciones, donde no falta la cocina “creativa”, la poesía “sublime” y la música “de cámara”. Entre tantos, de todo hay y la genialidad está muy repartida.
Claro que todo esto no sería posible si no existiera en todos nosotros una gran predisposición para la concordia, la fraternidad y la camaradería, lo que significa, entre otras cosas, una cierta dosis de generosidad. Me han preguntado muchas veces cómo conseguimos, siendo tantos y tan distintos, esta solidaridad familiar. La contestación no es fácil, porque debería acudir a la historia de la familia, ya que estoy convencido de que los que pusieron los cimientos fueron nuestros padres, por supuesto predicando con el ejemplo y transmitiéndonos gota a gota, “a la chita callando”, una manera de hacer las cosas que perdura desde entonces.
Y lo cuento hoy aquí porque, recien regresado de la decimoctava Guijarrada, me siento muy satisfecho, además de orgulloso, de cómo ha resultado todo.