25 de mayo de 2016

¡Ah, y qué has de hacer! (encuestas preelectorales)

Hace unos días. llamaron a mi casa por teléfono para solicitarme que participara en uno de esos sondeos tan frecuentes en los últimos tiempos. Como no soy amigo de dar mis datos personales a cualquiera que me los solicite, a punto estuve de poner una excusa y eludir el compromiso. Pero de repente pensé que quizá aquella fuera una buena manera de conocer más de cerca las técnicas que se esconden detrás de la toma de datos en una encuesta y acepté de buen grado contestar a las preguntas.

Creo que fui bastante sincero –sinceridad subjetiva, por supuesto- a la hora de responder a cada una de las preguntas que me hicieron, salvo cuando le llegó el turno al partido que iba a votar. No sé por qué, puede que debido a que considerara demasiado personal la pregunta, respondí que todavía no lo había decidido, respuesta falsa donde las haya, porque tengo muy clara mi opción desde hace mucho tiempo.

Esta opinión por tanto figurará, cuando se publiquen los resultados de la encuesta, en la casilla de los no saben/no contestan, contribuyendo en principio a aumentar la cifra de la incertidumbre. Sin embargo, cuando colgué el teléfono y me puse a meditar sobre el resto de las preguntas, comprendí inmediatamente que de mis otras respuestas podría inferirse con bastante fidelidad mi intención de voto, entre otras cosas porque entre ellas figuraba la valoración de los líderes de todos los partidos, incluido el de mi opción, y las puntuaciones que yo había dado dejaban poco espacio a dudas interpretativas. Los “cocineros” de la encuesta ya se habrán encargado de colocar mi voto en el casillero que le corresponde. O no, vaya usted a saber.

Lo cierto es que las encuestas -esas herramientas a las que tanto valor otorgamos cuando favorecen nuestra opción y tanto desdeñamos cuando lo contrario- no son del todo fiables, porque nada impide pensar que yo no sea el único que dé pistas erróneas. Mi inexactitud, al fin y al cabo, podría considerarse disimulo de la realidad, pero se sabe que son bastantes los que contestan a las preguntas con la intención de desorientar completamente a los encuestadores. Si a ello le unimos la inevitable desviación estadística, consecuencia de que las muestras elegidas no siempre son suficientemente representativas del electorado que se pretende analizar, se entenderán perfectamente las diferencias, a veces significativas, que se observan entre pronósticos y realidades.

Pero como es en lo único que de momento, aun con reservas, podemos confiar, conviene hacer caso de  los sondeos que, punto arriba, escaño abajo, anticipan que se van a repetir los resultados de diciembre. La diferencia estará en que ahora tendremos una izquierda todavía más dividida que entonces, no porque hayan cambiado los posicionamientos de los partidos que forman parte de esa banda del espectro político, sino porque las posturas de cada uno se han ido aclarando y las incompatibilidades, en consecuencia, aflorando.

Ahora se hace muy difícil pensar en un gran acuerdo progresista a nivel nacional (otra cosa es en las Administraciones Locales). Muchos dudan de que un partido socialdemócrata como el PSOE pueda aliarse con una coalición en la que, entre otros, figuran comunistas, anticapitalistas, asamblearios e izquierdistas radicales, la formada por Podemos y la larga lista de lo que se ha dado en llamar confluencias. El rechazo tajante de los socialistas a formar candidaturas al Senado conjuntas con ellos no es una simple anécdota, sino la constatación de la incompatibilidad que se observa. No es así al revés, ya lo sabemos, porque para algunos cuanto más chicha tenga el caldo más sabroso será.

A todo esto, un gran vencedor, el PP, aquel que todos dicen que quieren desbancar. Pero no deberíamos sorprendernos, porque eso ya lo sabíamos desde que algunos soñadores de lo imposible hicieron su irrupción y convencieron a unos cuantos de que en sus manos estaba la solución a los problemas de nuestra sociedad. Por cierto, entre ellos bastantes bienintencionados procedentes del electorado socialista.

En mi tierra, Aragón, usamos una expresión para pedir resignación, que yo utilizo con frecuencia, porque muchas son las ocasiones que me incitan a ello: ¡ah, y qué has de hacer!

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