19 de mayo de 2016

Defensa de la igualdad de oportunidades

Repetimos tantas veces la expresión igualdad de oportunidades, que corremos el riesgo de olvidar el verdadero sentido de su significado, cuando se trata de un concepto social de la máxima trascendencia. Los seres humanos no nacemos con idénticas características biológicas ni con los mismos recursos económicos para enfrentarnos a los retos de la vida. A estas últimas diferencias voy a referirme en las reflexiones que vienen a continuación. Dejo para otra ocasión meditar sobre las primeras.

Se dice con cierta frecuencia que cada ser humano tiene en la vida lo que se merece, afirmación gratuita que carece de fundamento. Quizá fuera más apropiado decir que cada uno tiene lo que le han dado sus oportunidades, es decir, su origen social, entendiendo aquí por social no sólo el estatus económico, también el educacional, aunque por razones evidentes los dos guarden una relación muy directa. A mejor posición económica mejor nivel de formación. Las excepciones ya se sabe que confirman la norma.

La igualdad de oportunidades consiste en compensar las diferencias de origen, de tal manera que todos los ciudadanos dispongan de los mismos elementos para progresar en la sociedad, para adquirir los pertrechos que les permita  alcanzar durante su existencia el mayor estado de bienestar posible o, al menos, para transmitir a sus descendientes mejor posición que la que heredaron, no sólo en valor absoluto, también en relación con la sociedad en su conjunto. De no ser así, las diferencias económicas entre pobres y ricos cada vez serán mayores, las desigualdades educacionales aumentarán y, por tanto, la diferencias de oportunidades entre unos y otros serán con el tiempo más acusadas.

Naturalmente, es la propia sociedad la que debe encargarse de instrumentar las políticas que fomenten la igualdad de oportunidades. Pero como son los gobiernos los responsables de ejecutar las medidas para lograrla, lo único que cabe a los ciudadanos es elegir a los que defiendan la igualdad de oportunidades y retirar su apoyo a los que no sólo no las estimulan, sino incluso las desprecian, a veces con argumentaciones ideológicas.

Digo lo de las argumentaciones ideológicas, porque se oye a muchos sostener que el que no progresa en la sociedad es porque no quiere. Si quisieran -opinan-, estudiarían y trabajarían para salir adelante. Y lo dicen tan seguros de su opinión que ni siquiera se ruborizan. Están convencidos de que la meta de salida es la misma para todos y por tanto de que llegará más lejos quien más corra.

Dicho así, parece una broma. Pero es una realidad social que vivimos cada día a nuestro alrededor, la carencia de conciencia por la falta de igualdad de oportunidades y, como consecuencia, la despreocupación total respecto a las medidas a tomar. El neoliberalismo económico que azota nuestras sociedades tiene mucho que ver con este problema, porque en sus genes está la máxima del laissez faire, del dejen hacer, no interfieran, que el mundo va solo.

Decía al principio que la igualdad de oportunidades es un concepto de la máxima transcendencia. Todas las políticas sociales deberían ir encaminadas a lograr esa igualdad. No estoy en contra de las llamadas medidas de emergencia social, aquellas que persiguen solucionar urgentemente algunos problemas colectivos. Pero me temo que muchas de ellas no sean más que pan para hoy y hambre para mañana. La verdadera lucha social debe encaminarse a amortiguar o disminuir las diferencias de oportunidades. Sólo así estaremos creando una sociedad más justa.

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