7 de noviembre de 2017

Bruselas capital de los independentistas

Lo que al principio muchos habían interpretado como una huida desesperada, como si de tomar las de Villadiego se tratara, está resultando ser una estrategia plenamente meditada, una etapa más en el acoso independentista que sufrimos desde hace un tiempo. Bruselas, aparte del secesionismo de los flamencos, dispone de otra importante cualidad para los fines de los soberanistas catalanes, la de ser la capital de Europa, un auténtico escaparate internacional. Cada una de las dos razones anteriores por separado la convertiría en un destino idóneo para los propósitos de Puigdemont y los suyos, pero juntas constituyen un arma en sus manos de gran valor político y mediático. Esto es así, nos guste o no nos guste; negarlo sería negar la evidencia. Veremos qué deciden al final los jueces belgas, porque el escenario en este tormentoso asunto cambia de día en día. Pero yo en mis reflexiones me atengo a lo que se conoce o a lo que conozco en cada momento y, como consecuencia, a lo que me dicta la razón.

Parece que se está orquestando una gran coalición independentista para concurrir a las elecciones del 21 D, formada por Esquerra, por el PDeCAT, puede que también por la CUP y por si fuera poco por los escindidos de Podemos, de manera que los comicios que se avecinan pueden volver a traer la victoria a los que abogan por la independencia. Las encuestas insisten en el fifty-fifty en número de votos, pero la ley d´Hondt favorece a las grandes coaliciones, por lo que podríamos encontrarnos una vez más con mayoría absoluta secesionista en el Parlament, una composición que, aunque legalmente no pueda proclamar la independencia, nos sitúe en el mismo punto donde estábamos antes de la aplicación del 155.

Las llamadas fuerzas constitucionalistas –el otro frente en este conflicto político-, formado por los partidos de implantación estatal, no están dispuestas a unir sus esfuerzos, al menos preelectoralmente. Y no lo están porque los modelos de sociedad que defienden son muy distintos y ciertas alianzas no serían entendidas por sus electores. Por eso, se presentarán en desventaja con respecto a sus rivales, por lo que el escenario continuará muy parecido al que teníamos hace poco. Control de la calle y de los medios de comunicación por parte de los separatistas, una sociedad dividida por el odio y la desconfianza y una mayoría silenciosa que teme las represalias. Exactamente igual que estábamos, pero mucho me temo que con un independentismo más crecido, más virulento.

Si no se quiere entrar en un círculo vicioso, si de verdad se desea salir de esta vorágine de enfrentamientos que amenaza con destruir el futuro inmediato de los españoles, catalanes o no, debería hacerse algo distinto a lo que se está haciendo. No se puede continuar con la exclusiva judicialización del conflicto, ni con mirar hacia otro lado, ni con confiar en que la mano dura acabe con la secesión. Cada día que pasa se está más cerca del punto de no retorno. Cada error que se comete, por acción o por omisión, pone las cosas más difíciles.

Hay que volver a la política, a la aceptación de que es preciso un nuevo pacto, una revisión profunda de la Constitución. Sin prejuicios, sin líneas rojas, sin tapujos, sin trampas ni cartón. Hay que poner el punto de mira en la realidad, que no es otra que el hecho de que la sociedad catalana está dividida entre los que quieren seguir siendo españoles y los que han desconectado mentalmente de su relación con España, a pesar de los perjuicios que se les vaticinan.

Nos engañaremos una vez más si no vemos el problema en su exacta dimensión, si no lo contemplamos con la fría objetividad que requiere un momento tan trascendente para España como es el que estamos viviendo. No me cansaré de repetirlo, aunque sepa muy bien que los lamentos de los que piensan como yo son prédicas en el desierto.

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