22 de noviembre de 2017

No es comedimiento

Este blog no tiene comentarios. No es que no esté permitido hacerlos, sino que sus lectores no son proclives a expresar opiniones por escrito, a rebatir las mías o a, por el contrario, apoyarlas. Digo por escrito, porque afortunadamente sí conozco lo que opinan muchos de ellos, ya que me hacen llegar por distintos medios sus valoraciones. Al fin y al cabo me dirijo a un entorno reducido de conocidos, a quienes no les duelen prendas decirme a la cara lo que piensan. Esta comunicación me permite modular el mensaje, matizarlo cuando considero que procede, ejercer la autocrítica y no trabajar en vacío. El contraste de opiniones es siempre enriquecedor.

Uno de los más recientes comentarios que he recibido ha consistido en que, en esto del culebrón catalán, me mostraba demasiado comedido. Supongo que mi interlocutor se refería a que me ve distante de sus propios puntos de vista, que no son muy dados a condescender con el nacionalismo. Otros, por el contrario, me verán como un auténtico inquisidor del separatismo. Pues bien, ni lo uno ni lo otro, lo que no significa que esté a media distancia, en esa cómoda posición de un poco de todo. No, mi opinión en este complejo tema no es equidistante, como creo haber dicho ya en alguna ocasión. Es distinta a los dos extremos del enfrentamiento, y si no fuera porque la expresión tercera vía nunca me ha parecido excesivamente rigurosa, me apoyaría en ella para describir mi pensamiento.

En un país como el nuestro, en el que la Historia ha conformado una variedad tan rica de identidades, no es posible el centralismo cerrado, aquel que defiende una parte de la opinión conservadora. Pero tampoco la variedad pude justificar el separatismo, una lacra que nace del nacionalismo y desborda sus límites. A mí no me importa decir que esa variedad pueda llamarse nación de naciones, aunque la semántica en ocasiones por imprecisa cause estragos a las ideas. Una cosa es nación y otra muy distinta Estado, con mayúscula. Lo primero es un reconocimiento de una identidad diferenciada y lo segundo una organización político-administrativa. Aunque no se me escapa que el rechazo tan extendido a la utilización del concepto nación procede del temor a que a partir de ahí se reclame el Estado propio.

Por eso insisto en la necesidad de revisar la Constitución, no para dar contento a los separatistas como algunos inmovilistas pregonan, sino para dar satisfacción a esa certeza de que no todos los españoles tenemos los mismos sentimientos, a esa realidad que va más allá de los bailes regionales y de las lenguas vernáculas. Para encajar las distintas sensibilidades en un proyecto común, en un programa de convivencia que nos permita a todos salir ganando. Para mantener, si se quiere, la unidad de España sin forzar la realidad social de nuestro país.

No, no soy comedido. Tengo ideas distintas a las de los unos y a las de los otros, e intento defenderlas.

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