16 de noviembre de 2017

El suflé catalán

Dicen los que de esto entienden que el suflé del independentismo catalán está bajando. En realidad no sé si los que así opinan  se basan en vagas suposiciones o en certezas demostradas. Es cierto que entre los independentistas cunde el desconcierto, a veces expresado con cierta ingenuidad, como si la imposición del artículo 155 les hubiera sorprendido por inesperada. Incluso algunos  confiesan ahora que con ese porcentaje de soberanistas, que en el mejor de los casos rozaría el cincuenta por ciento, no es posible declarar la independencia unilateralmente. Pero de ahí a deducir que esto se haya acabado hay un trecho.

Por eso me sorprenden ciertas actitudes no independentistas, las de aquellos que consideran derrotado al movimiento secesionista y vuelven a las cavernas de la intolerancia y de la falta de miras de estado; las de los que ajenos a que España tiene un auténtico problema  territorial, nada más y nada menos que de lealtad de una parte de sus ciudadanos, vuelven a contemplar el panorama a corto y se niegan a buscar soluciones duraderas; las de los que pendientes tan sólo de las próximas elecciones autonómicas, arriman las ascuas del incendio anterior a la sardina de sus estrategias a corto; las de los patriotas de vía estrecha para los que en realidad la unidad de España es un asunto de fronteras y no de cohesión interna. Aseguradas aquellas, les importan poco los sentimientos de sus conciudadanos.

Desde que empecé a escribir sobre este asunto no me he cansado de manifestar que las heridas no deberían cerrarse una vez más en falso. Sólo una profunda revisión de nuestra constitución y de algunos de los estatutos de autonomía afectados contribuirá a solucionar definitivamente el conflicto, quizá no a entera satisfacción de todos, pero al menos encontrando un común denominador que deje conforme a la mayoría. Ya sé que no es fácil, no ignoro que los prejuicios son numerosos y que las sensibilidades están a flor de piel. Por eso no espero que la solución nazca por generación espontánea entre las poblaciones afectadas, de abajo arriba. Es un asunto de responsabilidad política, de acuerdo entre partidos y de liderazgo responsable, pero sobre todo de pedagogía.

La realidad social española es terca. Una parte de su población rompió hace tiempo con el compromiso de unidad, o porque llevaban la ruptura latente en el fondo de sus almas o porque la torpeza del PP los llevó a ello. Impugnar el estatuto de autonomía fue un error sin precedentes y la desidia posterior, ese dejar hacer que aquí no pasa nada, una torpeza política que estamos pagando todos los españoles con creces. Ahora incluso se oyen gritos de complacencia por parte de Rajoy y de los suyos, expresiones como menos mal que he llegado yo para arreglar el entuerto. Política miope, maniobras a corto, que sólo ponen en evidencia que o no saben resolver el desajuste o no quieren resolverlo o las dos cosas a la vez.

No son los únicos, ya lo sé, porque Ciudadanos ahora sólo piensa en ganar escaños en el parlamento catalán a costa del estropicio independentista, Podemos y los Comunes navegan en la ambigüedad calculada sin proyecto nacional y el PSC, el partido de los socialistas catalanes, a pesar de los buenos oficios y del saber hacer de Miquel Iceta y del apoyo sin fisuras del PSOE, arrastra como un estigma la incomprensión por haber aceptado la aplicación del 155, cuando era lo único que cabía entre tanto desbarajuste.

No, no son los únicos que no saben o no quieren.

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