14 de febrero de 2018

Cuidado con los principios

Le oí decir una vez a un buen amigo, con el que lamentablemente perdí el contacto hace ya muchos años, que él no tenía principios o que de tenerlos serían muy pocos. Si no fuera porque se trataba de alguien de quien sabía que era un hombre íntegro y de comportamiento ético y cabal en todos los órdenes de la vida -además de poseer una erudición a mi juicio por encima de la media-, al oírlo hubiera creído que me estaba haciendo una declaración de amoralidad o de falta de honradez, algo que en su caso descarté inmediatamente, aunque su espontánea declaración me dejara sorprendido y me hiciera meditar.

Pasado el tiempo, llegué a la conclusión de que en realidad lo que quiso decirme aquel día era que los principios, de los que tantas veces alardeamos a lo largo de nuestra vida, no son más que prejuicios, unos adquiridos a través de la educación familiar y escolar y otros por contacto con el entorno. Pocas veces estos principios se corresponden con normas éticas o morales universales, sino que suelen ser adaptaciones de nuestras conductas a nuestros criterios subjetivos. Es un bonito eufemismo bajo el que ocultamos nuestra visión sesgada de la realidad, nunca verdades fundamentales.

Los prejuicios son en realidad cortapisas de la libertad personal. Quienes los padecen viven bajo una tiranía que no les permite discernir entre la verdad y la falsedad, entre lo justo y lo injusto. Es cierto que hay muchos a los que no les importa sufrir la opresión de los tiranos, quizá porque les resulte cómodo no tener que decidir. Al fin y al cabo los prejuicios marcan una idea, una visión predeterminada de las cosas, y así no hay que darle demasiadas vueltas a la cabeza. Para el que prejuzga las cosas son blancas o negras, nunca grises. Se lo dictan sus prejuicios y ellos sabrán por qué.

Pongamos un ejemplo, porque como decía un profesor mío de bachillerato que tuve hace muchos, pero que muchos años, con los ejemplos se entiende todo. Quienes padecen de homofobia no tienen que pensar nada sobre el complejo tema de las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo. Desde su perspectiva no hay nada que discutir. Sus prejuicios –sus principios dirán algunos- no les permiten aceptar otro tipo de unión sentimental que la que se da entre personas de distinto sexo. Todo lo que se aparte de este canon es perverso, antinatural y degradante. Se lo ordena el tirano y no hay más que hablar.

Supongo que todos tenemos prejuicios, con mayor o menor arraigo, y supongo también que son pocos los que no sean capaces de saber que los tienen. Sin embargo algunos intentan salir de la tiranía, de la falta de libertad de pensamiento que les provoca los prejuicios, mientras que otros se regodean en vivir bajo el yugo del tirano y la sumisión de sus preceptos, hasta el punto de que terminan incorporándolos a su código de conducta y empiezan a llamarlos principios.

Mi amigo debía de haberse sublevado contra la tiranía que no le dejaba pensar con libertad y decidir por su cuenta, y por eso me dijo aquel día aquello de que no tenía principios.

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