2 de febrero de 2018

Igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Discriminaciones positivas

Creo que ya he expresado mi opinión sobre este asunto, el de las discriminaciones positivas, en alguna otra ocasión. Pero como está muy en boga lo de la brecha salarial entre hombres y mujeres, voy a dedicar una vez más algunas líneas a un tema tan candente como éste, a pesar de que Rajoy hace poco recomendara, muy seguro de sí mismo, que no lo hiciéramos. Es cierto que después se disculpó, pero ya se le había visto el plumero del inmovilismo, el de más vale no tocar nada no vaya a ser que se desencaje el invento.

Como he trabajado en una compañía en la que a igualdad de responsabilidades cobrábamos lo mismo los hombres que las mujeres, y me resulta difícil creer que esto no suceda en la mayoría de las llamémoslas grandes empresas, he llegado a la conclusión de que la discriminación empieza con la desigualdad de oportunidades entre los dos sexos, algo que se inicia con la educación familiar, continua con la formación académica y termina con la actitud ante la vida. La desigualdad salarial muchas veces es consecuencia de la diferencia entre las oportunidades que hayan recibido unos y otras.

Es verdad que el panorama de la desigualdad sexista lleva bastante tiempo cambiando, que se han corregido y se siguen corrigiendo muchos defectos del pasado y que hoy las diferencias de oportunidades entre unos y otras no son lo que fueron. Pero no es menos cierto que las inercias negativas son enormes, porque el machismo permanece arraigado en nuestra sociedad. Al fin y al cabo se trata de un privilegio –absolutamente injusto por otra parte- y a los privilegiados les cuesta mucho renunciar de buena gana a sus prebendas.

Por eso, porque hay que romper inercias forzando las resistencias, aparecieron las discriminaciones positivas, para, de una forma artificial si se quiere, contribuir a vencer las reluctancias. La paridad –igualdad en número entre hombres y mujeres en un determinado entorno-, tan vilipendiada por los sectores conservadores de nuestra sociedad, es una de ellas. Cuando se propone, por ejemplo, que se favorezca la inclusión de mujeres en las listas electorales hasta que su número sea igual al de los hombres, se está tratando de vencer una inercia negativa, la de considerar que las mujeres no están hechas para la política o que disponen de menos influencia que los hombres; y con la recomendación de nombrar consejeras en los consejos de administración de las empresas, se lanza una señal de alerta sobre la anormalidad que significa que hasta hace muy poco sólo hubiera hombres al frente de las decisiones empresariales. ¿Alguien cree de verdad que ninguna mujer entre el accionariado de una empresa merece la confianza profesional de sus compañeros?

Cuando se mencionan estas políticas que intentan compensar las diferencias de oportunidades, se habla por un lado de discriminación, porque no cabe duda de que se está anteponiendo el género a la calidad intelectual o a la experiencia, pero se añade lo de positiva, para recalcar que se persigue un valor social, el de favorecer el acceso de la mujer a los puestos de responsabilidad, el de compensar la posible desigualdad de oportunidades.


Por eso, aunque Mariano Rajoy recomendara en su momento que no entráramos en este asunto, y a pesar de que por lo general soy bastante obediente, rompo una vez más una lanza a favor de la discriminación positiva aplicada con la intención de conseguir equiparar las oportunidades entre hombres y mujeres en todos los aspectos de la vida social.

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