27 de enero de 2018

Con éstos no hay nada que hacer

Para solucionar definitivamente lo de Cataluña, -quiero decir para acabar de verdad y para siempre con el profundo conflicto social que se vive en aquella parte de España y que repercute cada vez con más fuerza en el resto del país- hacen falta otros interlocutores. Ni Rajoy ni Puigdemont pueden solucionarlo. El primero, porque su situación parlamentaria, cada vez más minada por la corrupción institucional que sufre su partido, no le deja, a su juicio, otra alternativa que ganar cierta popularidad entre esa parte de la sociedad española que siempre ha anatemizado a los catalanes con todo tipo de acusaciones, desde la prepotencia hasta la insolidaridad. Sabe que cuanto más fustigue al adversario, cuanta más caña le dé, mejor le irán las cosas. Y esa no es la solución. El segundo, porque ha perdido el sentido de la realidad y camina hacia ninguna parte, cabalgando sobre sus propios errores, utilizando  astucias y artimañas  para conseguir lo que de otra manera no sería capaz de alcanzar. Le ocurre lo mismo que a Rajoy, pero en sentido contrario. Cuanto más ataque al Estado, más prestigio entre los suyos. Y así no es posible llegar a ninguna parte.

La pregunta inmediata sería: entonces, ¿quién puede solucionar el entuerto? Y mi respuesta es: nadie dentro del actual panorama de la política española, ni los de la derecha ni los de la izquierda, ni el binomio PP-Ciudadanos ni una posible coalición de los partidos de izquierdas. Los primeros porque están totalmente en contra de cualquier solución que no sea continuar con el estatus actual (la autonomía constitucional ya fue para ellos una gran concesión) y los segundos porque el PSOE y Podemos tienen visiones muy distintas sobre la posible solución, los primeros no discuten la unidad de España, pero aceptan el federalismo como solución de compromiso, y los segundos defienden el derecho a decidir, caiga quien caiga. Y ya sabemos que eso de la transversalidad -una coalición que por razones de Estado sume sensateces de la derecha y de la izquierda, del separatismo y del constitucionalismo- es hoy por hoy algo inalcanzable en España.

Pero lo malo es que los pólipos molestos si no se curan a tiempo pueden terminar convirtiéndose en tumores malignos, que además de amargar la existencia de quien los padece, a veces se transforman en letales. Y si tenemos en cuenta que el mar de fondo del separatismo catalán tiene siglos de existencia, y que lo de ahora no es más que un brote virulento, aunque quizá el más duro que se haya dado en los tiempos modernos, los políticos de todas las tendencias, si pensaran en algo más allá de las estrategias que favorezcan sus intereses de partido a corto plazo, deberían estar muy preocupados por un conflicto en el que ya pocas cosas quedan por ver. Pero no es así.

Por si todo lo anterior no fuera suficientemente desalentador, ni siquiera consuela la esperanza de que unas nuevas elecciones pudieran cambiar las cosas. Todo apunta a que el país se ha compartimentado en ideologías con cierta estabilidad electoral, lo que significa que existen bastantes probabilidades de que se repitan los resultados electorales que nos llevaron a la situación actual, punto arriba punto abajo. Con lo cual el contencioso de Cataluña continuará sin cerrarse definitivamente, seguirá existiendo una parte de la población catalana insatisfecha con su situación en España y una incomprensión muy extendida en el resto del país sobre las causas de esa insatisfacción.

Se necesitan otros interlocutores, otros líderes con capacidad para manejar la situación; porque si no los españoles, catalanes o no, continuaremos sufriendo las consecuencias de tanta ineptitud, de tanta cortedad de miras.

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