Le oí decir el otro día a un comentarista radiofónico o televisivo que nuestro país debería de vez en vez hacer una visita al psicoanalista. La ocurrencia me hizo gracia porque, aunque se diga en sentido figurado, es muy acertada. Todos los días nos desayunamos con alguna estúpida polémica o con algún conflicto sin sentido, controversias que, si no fuera porque uno termina acostumbrándose a las discusiones absurdas, podrían acabar haciendo estragos en nuestra estabilidad emocional. Una de las últimas ha sido la bronca que se organizó hace muy poco a cuento de la presencia de ciertas Reinas Magas, con algún travestido por en medio para que no faltara de nada, en determinadas cabalgatas. Un auténtico esperpento, se mire del lado que se mire, desde el de los transgresores o desde el de los ofendidos.
Aunque no quise entrar en su momento en el detalle de las propuestas retadoras de ciertas organizaciones “progres”, porque me parecían una auténtica majadería -además de inoportunas, extemporáneas e incluso, por qué no decirlo, chabacanas-, al final no tuve más remedio que enterarme de su contenido a través de los medios de comunicación, algunos de los cuales parecían no tener esos días otra cosa de la que hablar. Y de repente me topé con una defensa a ultranza de la tradición religiosa que, según algunos, ampara el desfile callejero dedicado a los niños, con una serie de descalificaciones hacia los blasfemos que me pusieron los pelos de punta y despertaron mi aletargado interés. Entre otras cosas -todas muy chocantes- los discrepantes solicitaban la intervención de la jerarquía eclesiástica para poner fin al agravio.
La cabalgata de Reyes, a la que yo acudía de niño de la mano de mis padres, con la ilusión de ver a los Magos de Oriente de cerca -aunque los camellos me produjeran cierto repelús- y disfrutar, al mismo tiempo, del jolgorio callejero unas horas antes de que Sus Majestades entraran por la ventana de mi casa, bebieran una copita de anís y comieran algún mazapán que otro y, a continuación, dejaran en el cuarto de estar mis regalos y los de mis hermanos, es una tradición laica –aunque con raíces en leyendas religiosas muy alteradas por el paso de los siglos como consecuencia de la falta de información histórica- que no tiene mayor alcance que el de contribuir a alimentar los sueños infantiles en esa noche tan mágica para los más pequeños. A lo largo de mi vida he visto muchas, o al menos bastantes secuencias de las que se celebran a lo largo y ancho de la geografía española, con pato Donald, Dumbo, Pluto, el ratón Micky y Blanca Nieves y los siete enanitos incluidos, y con garbosas “majorettes” y bullangueras charangas, y con otros personajes de cuentos infantiles más modernos de cuyo nombre ni me acuerdo ni pongo interés en acordarme para no borrar de la memoria los anteriores. Fantasía, luz, color, música y canciones que alegran a los niños, porque en realidad su ingenuidad y su ilusión son los verdaderos protagonistas del desfile.
Tratar de encontrar relación entre esta fiesta infantil con liturgias religiosas es buscar tres pies al gato. Sólo mentes atormentadas por fantasmas místicos pueden llegar a establecer alguna concordancia con lo religioso en lo que no es más que una bonita cabalgata para los niños. De hecho, la aparición de este acontecimiento en España es muy reciente, procede de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se decidió crear algo parecido a lo que ya se celebraba en otros países europeos con fines análogos. Y la leyenda de los Reyes Magos y su llegada al pesebre con el incienso, la mirra y el oro sirvió de modelo para crear un festejo relacionado con los regalos navideños. No hay nada más detrás de ello, ni sagradas escrituras ni doctrina de la Iglesia. Nada de nada.
No me parece razonable introducir reivindicaciones sociales, sean de la índole que sean, en la ya tradicional cabalgata de Reyes Magos –entre otras cosas porque los niños no las van a entender-, ni creo que si se introducen haya que rasgarse las vestiduras en nombre de creencias religiosas. Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, recomendación que sí está en las escrituras.
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