16 de enero de 2018

Terquedad, inmovilismo y otras zarandajas sobre el libre albedrío

No digo que el ser humano no tenga capacidad para  intentar elegir su propio destino. Jamás se me ocurriría sostener una aseveración tan categórica. La evolución (otros dirán el Creador o la Divina Providencia) nos ha dotado de libertad de elección, de manera que hasta cierto punto podemos seguir a lo largo de la vida la ruta que nos recomiende nuestra inteligencia. Sin embargo, aunque no hayamos nacido del todo programados, hemos venido al mundo muy condicionados por los genes heredados y por las circunstancias que nos rodean, razón por la cual nuestro libre albedrío está en buena parte limitado. Pero que nadie tema que vaya a meterme ahora en camisa de once varas y empiece a perorar sobre complejidades filosóficas. No lo voy a hacer, entre otras cosas porque ya he dicho en alguna ocasión que la filosofía no es lo mío. Prefiero meditar sobre lo tangible y dejar a prudente distancia lo intangible.

No obstante, la consideración de los condicionamientos mentales heredados o adquiridos me da pie a reflexionar sobre la terquedad con la que el ciudadano de a pie se agarra a la ideología que un día hizo suya. Conozco pocas personas que cambien de pensamiento político a lo largo de su vida. No digo de partido –aunque también en muchos casos-, sino de tendencia. Parece como si el ser humano no quisiera corregirse a sí mismo y dar por invalidados sus pensamientos políticos de hasta entonces. Si he sido de derechas tanto tiempo, no voy a dejar de serlo ahora. Si la progresía ha constituido mi modelo a lo largo de los años, no se me pude ocurrir convertirme de repente en un conservador. Por eso precisamente lo que se entiende por centro ha tenido siempre tantos partidarios, porque, sin necesidad de moverse  uno demasiado de su casilla, puede cambiar de posición en cualquier momento si las circunstancias se lo recomiendan. ¡Qué bien queda lo de centro izquierda y lo de centro derecha! Mañana me paso de un lado al otro y nadie me puede llamar chaquetero. Sigo estando en el centro-centro de toda la vida.

Supongo que esa terquedad en mantenerse en el posicionamiento o inmovilidad ideológica, después de lo que cae todos los días, debe de tener alguna explicación. Yo encuentro una, la incapacidad de reconocer el error de haber estado apoyando una opción desacertada durante tanto tiempo, lo que viene a ser lo mismo que aceptar que uno se ha equivocado en repetidas ocasiones en algo tan determinante como elegir a las personas que dirijan el destino de su país. Si me he equivocado en algo de tanta importancia, cómo será en cosas de menos monda o de poca monta y no digo nada en las triviales. No soy yo el que ha cometido un error, son ellos, los dirigentes que he elegido. Ya rectificarán y volverán a la ortodoxia, que no es otra que la línea que yo he seguido hasta ahora.

A veces, como ha sucedido en los últimos años con la irrupción de nuevos partidos en la esfera política -lo que algunos llaman con cierta esperanza, no sé si fundada o infundada, el final del bipartidismo-, se producen movimientos de adecuación que facilitan las migraciones ideológicas sin necesidad de hacer demasiadas concesiones a la idea de que uno se había equivocado. Las nuevas opciones suelen emerger con la vista puesta en los electores de alguna de las ya existentes, cuidando de no atacar demasiado la ideología del modelo elegido, para que los que muden sus posiciones no se sientan demasiado incómodos ante el reconocimiento de su infidelidad. Me voy con éstos porque son de los míos pero renovados. Una manera de seguir anclado en tu pasado ideológico sin que el espíritu sufra demasiadas alteraciones.

Ahora que lo pienso, quizá esta persistencia en el posicionamiento ideológico sea una explicación de por qué se sigue votando a los corruptos, por muy evidentes que sean sus latrocinios. Al fin y al cabo, se dicen así mismo sus incondicionales, son todos iguales y por tanto que más da. Y aquí paz y después más corrupción.

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