16 de marzo de 2018

Miserable demagogia la de algunos

En lo que viene a continuación voy a intentar explicarme lo mejor posible, no sea que vaya a provocar malentendidos. Soy consciente de que el tema es resbaladizo, un jardín en el que posiblemente no debiera meterme. Pero mi sorpresa ha llegado a tal extremo que he decidido lanzarme a las páginas del blog, que para eso lo abrí en su día, para no dejarme en el tintero lo que considerara relevante.

Me voy a referir a la triste y dolorosa noticia del asesinato de un niño de ocho años hace unos días en un pueblo de Almería, un pequeño que ahora debería estar jugando con sus amigos en vez de haber sido víctima de un crimen tan brutal que hiere la sensibilidad de cualquiera persona decente. Pero no voy a hablar de los aspectos penosos y luctuosos, sino de la torticera manipulación del suceso que han hecho y siguen haciendo algunos, al convertirlo en el leitmotiv de su demagogia y en el centro de sus intereses especulativos.

Lo que acabo de decir no significa ni mucho menos que no sea consciente de la solidaridad de los centenares de personas que se han sentido sinceramente compungidas en lo más profundo de su ser, que no sienta emoción ante la multitud de muestras de solidaridad y de cariño que han recibido los padres durante estos días y que no admire y reconozca el esfuerzo de los profesionales que se han dedicado durante días, en cuerpo y alma, a resolver cuanto antes el enigma de la desaparición del pequeño.

Pero cuando el otro día vi entrar en la catedral de Almería al ministro de Interior con la bufanda del pequeño en la mano, me sentí indignado, quizá porque aquel gesto colmaba el vaso, desde mi punto de vista, de la utilización partidista que se estaba haciendo de la tragedia. Me pareció un auténtico esperpento. De hecho no me lo podía creer. Pensé al principio que si la madre del niño le acababa de regalar la bufanda como signo de gratitud, no tardaría en entregársela a alguien de su escolta para evitar el bochorno de exhibirla como bandera de una causa. Pero no; lo que al parecer quería era que se le viera con ella, convertirse así en adalid de la defensa del pueblo ante las salvajadas.

Yo ya lo había visto salir esos días en las ruedas de prensa acompañado por toda la plana mayor de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, en un alarde de eficacia policial inusual en estos casos. Es posible que ante el malestar creado entre los profesionales de los mencionados cuerpos por la catastrófica gestión que los políticos habían hecho de la intervención de la Policía y de la Guardia Civil en la crisis catalana, quisiera resarcirlos mediante esta exhibición mediática. En cualquier caso, no parecían comparecencias para dar explicaciones por un caso de secuestro, de los que desgraciadamente se dan algunos de vez en vez, sino las que se harían para tranquilizar a la población ante un posible ataque terrorista o ante una declaración de estado de excepción.

Hoy he visto a otro político, durante su intervención en el Congreso de los Diputados para discutir la posible derogación de la ley que ampara la prisión permanente revisable, recomendar a la oposición que mirara a la tribuna y hablara con los padres de algunas víctimas de la violencia que asistían en calidad de invitados, como si los criterios legislativos debieran basarse en la opinión de unos cuantos casos personales, por muy dolorosos que sean, en vez de en el interés general y en los principios constitucionales.

Un comportamiento impropio en un país civilizado, como me gusta pensar que es el nuestro.

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