11 de marzo de 2018

No entremos en esas cosas

En cuestión de horas, hemos visto pasar a Mariano Rajoy de responder a un periodista con rotundidad que no es conveniente entrar en el debate sobre la desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, a lucir sobre la solapa de su chaqueta el flamante lazo morado reivindicativo del feminismo. Una mutación sobrevenida que dejó perpleja a la opinión pública, asombro que se repartía entre los que consideraban que aunque tarde bienvenido sea a la sensatez y a la cordura y los que adivinaban que el gesto duraría lo que durara el día internacional de la mujer.

Lamentablemente no fue más que un mohín pasajero. Las declaraciones de sus leales, una vez acabada la jornada feminista, demuestran que donde decían que en esto de la desigualdad no hay problema que deba preocuparnos siguen diciendo lo mismo. Algunos líderes de la derecha –no sólo del PP, también de Ciudadanos- amanecieron al día siguiente insistiendo en que lo de las protestas es cosa de radicales populistas, por lo que no merece la pena prestar a las mismas demasiada atención. Incluso sus medios afines, capitaneados por TVE, han intentado ningunear cuantitativamente la huelga y las manifestaciones, en un alarde de sectarismo que llama la atención por burdo. No todos, es cierto, porque algunos eminentes populares se han apresurado a confesar en voz alta que habrá que tomar nota de lo sucedido.

Decía yo hace unos días aquello de protesta que algo queda. Ahora, después de ver lo que sucedió el pasado 8 de marzo, estoy convencido de que las cosas se van a mover, aunque lamentablemente no tan deprisa como sería conveniente, porque la realidad es compleja; pero la disconformidad social que pusieron de manifiesto la huelga y las manifestaciones no puede pasar desapercibida. A partir de ahora se va a convertir en un arma política de gran importancia, de tal forma que los responsables de los partidos que ahora se muestran apáticos no tendrán más remedio que reaccionar, si es que no quieren perder votos en las próximas elecciones.

Quizá una de las características de la jornada del día 8M que más convenga resaltar sea la transversalidad, la diversidad de tendencias políticas que la respaldaron. Me refiero por supuesto a la ciudadanía, porque los partidos, ya lo he dicho, o la aplaudieron o la ignoraron o incluso la criticaron, según su signo. Pero al fin y al cabo los que votan son los ciudadanos, y sería suicida para los líderes políticos que ignoraran la realidad social que denuncian las protestas. A partir de ahora, el machismo soterrado deberá medir sus palabras, sus actos y hasta sus pensamientos, y los programas electorales tendrán que incluir reformas contundentes para luchar contra la discriminación sexista.

No soy tan ingenuo como para creer que con lo del otro día esto se haya arreglado. El machismo está tan arraigado en la sociedad, impregna de tal forma sus poros, que lamentablemente costará tiempo y esfuerzo –y dinero- conseguir la total equiparación entre hombres y mujeres. Pero el paso que se dio el otro día fue tan gigantesco, que no creo exagerar si digo que en mi opinión se ha convertido en un hito que pasará a la historia del progreso social, uno de esos días de los que se podrá decir algún día que hubo un antes y un después.

Si alguien tiene dudas todavía, que se acuerde de las sufragistas.

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