España está llena de neofranquistas, de ciudadanos que añoran la época de la dictadura. No echan de menos la presencia del dictador, porque con el tiempo han asumido que murió y que su figura es políticamente irrepetible, pero sí los usos y costumbres dictatoriales de aquella larga etapa de la historia de España. Son personas que recuerdan con cierta satisfacción los años que vivieron bajo la autoridad de Franco o que han oído hablar tan bien de aquel régimen que confunden el relato de los otros con sus propios recuerdos.
Pero lo curioso es que casi ningún neofranquista reconoce serlo. No lo manifiestan abiertamente, pero se les nota. Es más, suelen entrar al trapo en cualquier controversia que pueda empañar la figura del dictador. Expresiones como “barbaridades se cometieron en los dos bandos” o “qué sentido tiene remover la Historia” demuestran que reconocen las barbaridades, pero las reparten por igual, o que se sienten incómodos cuando se cuestiona el comportamiento de los que consumaron el golpe de estado del 36. Dejad que los muertos descansen en paz, sentencian.
Lo de la exhumación de los restos de Franco lo llevan muy mal. No lo dicen abiertamente, porque a tanto quizá no se atrevan. Los partidos que cosechan su voto ni siquiera apoyaron la iniciativa en el Congreso. Se limitaron a abstenerse, que compromete menos, y a justificar su actitud con aquello de “no tendrán otra cosa mejor que hacer” o con lo de “cortina de humo para ocultar su falta de ideas”. Todo menos defender abiertamente que Franco siga enterrado en el mausoleo que el mismo diseño para perpetuar su recuerdo. No, a eso, ya lo he dicho, no se atreven.
Algunos, cuando lean estas reflexiones pensaran que me acabo de caer del guindo, que era bien sabido que el neofranquismo existía. Sí, es cierto, yo también lo sabía. Pero, llevado por la ingenuidad, no creía que su sombra estuviera tan extendida. Y ahora, a la vejez viruela, descubro que lo está, quizá porque la llegada al gobierno de la izquierda reivindicativa de ciertos valores éticos haya espoloneado las adormecidas conciencias del franquismo sociológico y los nostálgicos se estén haciendo más visibles.
Sin embargo, no estoy seguro de que el neofranquismo represente una réplica hispana de la ultraderecha europea, ahora tan en auge. No digo que en sus filas no haya ultraderechistas, porque los hay y muchos, sino que muchos de ellos no reconocen serlo. Son conservadores –hasta ahí podíamos llegar-, pero su añoranza de aquella etapa está más basada en la nostalgia, en el recuerdo, que en la ideología. Sus mentes han evolucionado hacia formas políticas algo más abiertas, pero parte de sus neuronas siguen ancladas en aquel pasado, continuan presas en las redes de un régimen que seguramente a ellos no los trató tan mal.
Son muchos y están por todas partes. Yo cada día descubro a más y en los sitios más insospechados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.