6 de octubre de 2018

La hora estelar de los radicales

Diríase que se ha abierto la veda del radicalismo. Derecho a la autodeterminación o nada que rascar, proponen los unos; leña al mono hasta que reviente, contestan los otros. Las dos partes con caras de pocos amigos. Sólo les falta bailar la danza maorí, esa estrafalaria costumbre que usan los jugadores de rugby neozelandeses antes de iniciar un partido. Aspavientos, amenazas y banderas al viento de las cuatro iras. Ganas de joder la marrana, que no se me ocurre otra expresión más adecuada para describir el triste esperpento con el que nos desayunamos todos los días. Vehementes ultimátum o amenazas con ilegalizar partidos o con aplicar el 155. De todo hay como en botica. De todo menos sentido de la responsabilidad y cintura política.

Y en mitad de la contienda, procurando no entrar en las provocaciones que le vienen de los dos flancos, el intento por parte del gobierno de poner en marcha un diálogo político de nueva factura, a la vista de que las estrategias empleadas con anterioridad han resultado un auténtico fracaso. Sí, porque nadie en su sano juicio puede negar que las soluciones autoritarias, los oídos sordos o el “laissez faire” sólo han conducido a ensanchar las brechas, a agravar las diferencias, pero no a salir de una crisis en la que llevamos inmersos demasiados años y que amenaza con convertirse en crónica, socavar los cimientos del Estado y poner en riesgo la convivencia pacífica entre los españoles..

Tal es la similitud del nivel de sus intransigencias, que a veces pienso que los mismos que alimentan el fanatismo independentista de Puigdemont y de Torra lo hacen con la irresponsabilidad de unos líderes de derechas que han convertido un asunto de Estado en batalla a favor de sus intereses partidista. Ya sé que se trata de una paranoia que debo corregirme, pero, como decía un amigo mío cuando algo le sorprendía más allá de lo normal, da que pensar.

No hay otra manera de salir de esta situación que dialogar y llegar a acuerdos. No se trata de vulnerar las leyes ni de hacer concesiones anticonstitucionales, no. Se trata de poner las cartas boca arriba, las de la legalidad constitucional por un lado y las de las reivindicaciones identitarias por el otro. Y a partir de ahí analizar hasta dónde se puede llegar. Seguramente –por qué no- existirá un punto de encuentro en el que quepamos todos.

Si algo están dejando claro los acontecimientos de los últimos días, es que en el campo independentista se empieza a oír con atención las propuestas de diálogo que les lanza el gobierno, hasta el punto de que se observen cada vez mayores diferencias de criterio entre sus líderes. Desde mi punto de vista, se trataría de un punto de inflexión que debería tenerse muy en cuenta y que confirmaría que la sensatez todavía puede abrirse paso entre tanto dislate y que la estrategia del gobierno no se basa en ingenuas quimeras.

Otra cosa será que, a pesar de todo, la irracionalidad siga campando por sus respetos, porque, no lo olvidemos, parece que ha llegado la hora estelar de los radicales de uno y de otro lado.

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