18 de octubre de 2018

Usos, modas y costumbres

Hace unos días me referí en este mismo blog a un par de bodas a las que había tenido ocasión de asistir en el corto plazo de dos semanas. Como en algunos aspectos fueron muy distintas, no he podido librarme de caer en la tentación de comparar algún capítulo de las mismas. Aunque las dos respondían a entornos sociales muy parecidos -si no iguales-, la primera fue civil y la segunda religiosa.

Las dos gozaron de sus correspondientes ceremonias y también las dos de los consabidos banquetes y de la desbordante generosidad que conlleva una boda. Y las dos se celebraron, a mi juicio, con la solemnidad que suele rodear estos actos. En la primera, fue un concejal del ayuntamiento de una pequeña capital de provincia castellana  el encargado de sellar el compromiso. En la segunda, un sacerdote, amigo de los contrayentes, ofició el enlace. El marco de la civil fue el soleado patio de un interesante edificio herreriano y el de la religiosa una iglesia del siglo XVII, en el centro de cierta ciudad andaluza. Como no podía ser de otra manera, hubo sus correspondientes pláticas. Y a ellas y a sus contenidos me voy a referir ahora.

El concejal oficiante de la primera centró su mensaje a los contrayentes en “vivid en armonía, pero que ninguno de los dos absorba la personalidad del otro”. En realidad fueron otras palabras, pero la tesis era esa: “ayudaos, protegeos y vivid el proyecto de convivencia con felicidad, pero no olvidéis nunca vuestra individualidad como seres humanos”. O dicho de otro modo: “habéis adquirido un compromiso de lealtad mutua, que en ningún caso significa sumisión del uno con respecto al otro”

El sacerdote de la segunda habló también en su homilía de respeto y felicidad, por supuesto bajo el manto de la Iglesia. “Lo que ha unido Dios que no lo separe el hombre”. O dicho de otra manera: “Juntos hasta la muerte, suceda lo que suceda”. Citas de alguna epístola que venía al caso y recuerdo de la obligación de los padres a educar a los hijos en la fe. Pocas referencias a los aspectos humanos, si es que hubo alguna.

En la primera, varios invitados -amigos y familiares de los contrayentes- tomaron la palabra tras el concejal para, en un ambiente distendido, cálido y amigable, lanzar algunos mensajes alegres y entusiastas a los novios. En la segunda, también por parte de algunos íntimos, encorsetadas y circunspectas lecturas de algunos pasajes del Nuevo Testamento, pero ninguna mención personalizada. Una estandarización de mensajes muy al uso en las ceremonias religiosas. Poca novedad, la verdad.

Ya he dicho antes que no hubiera entrado nunca en esta comparación si no fuera porque la cercanía de los dos actos, similares en la forma y distintos en los discursos, me hubiera provocado una reflexión sobre ciertas diferencias.  Boato, solemnidad y alegría distendida en las dos, pero dos mensajes distintos. En una, sed consecuentes con la decisión que hoy tomáis, pero si la realidad no responde a las expectativas no dudéis en recobrar vuestras vidas anteriores. En la segunda, avisos a los novios de que iniciaban  un camino de no retorno suceda lo que suceda, porque así está escrito en sagrado.

Ningún comentario por mi parte. Que cada cual saque sus conclusiones.

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