Después de medio siglo de haberlos conocido –empiezo ya a contar mi vida en fracciones de siglo- me reuní el otro día con un grupo de antiguos compañeros de la empresa en la que trabajé durante treinta años. Una veintena de setentones en plena decadencia de su ya larga existencia, una amplia colección de experiencias vitales, heterogénea mezcla de éxitos y de fracasos, pero en cualquier caso un encuentro entrañable.
Cuando iba hacia el restaurante de nuestra cita, una mezcla de sensaciones encontradas ocupaba mi mente. Quería ver a todas aquellas personas de las que poco había sabido durante los veinte últimos años, pero al mismo tiempo temía el encuentro. La decepción, ese fantasma que a veces aparece al levantar el velo de misericordia que cubre las expectativas, está presente en cualquier aspecto de la vida y en aquella ocasión había muchas posibilidades de tropezar con ella.
Cuando llegué al lugar de la cita, mis dudas se disiparon. Qué bien te encuentro, por ti no pasan los años, y muchas otras caritativas lindezas bilaterales que me hicieron olvidar los temores anteriores, que me devolvieron la ilusionada alegría de tantos años atrás, aunque la realidad del deterioro físico se impusiera y los años sí hubieran pasado inexorablemente por todos nosotros. Pero allí aquello no importaba, era una realidad que queríamos rehuir, siquiera por un par de horas. Y al menos yo lo conseguí.
Después de la melé inicial vino el cuerpo a cuerpo individual o al menos restringido. Durante una comida multitudinaria se puede hablar sólo con los más próximos a ti, con aquellos a los que el azar haya sentado a tu lado. Y en ese momento se entra en otra dimensión, en el de las realidades individuales desprovistas de halagos cariñosos, en el de la cruda veracidad de las cosas, en el de las confesiones de lo que han supuesto los últimos veinte años para cada uno de nosotros. Alegrías y tristezas, éxitos y fracasos personales, hijos y nietos, divorcios y viudedades. La vida como es, sin sorpresas, porque a nuestra edad uno está vacunado contra todo lo malo y también lo bueno.
Y el recuerdo de los ausentes. ¿Te han dicho que fulano se separó? ¡Qué triste el final de Mengano! ¿Sabes algo de Zutano? Sí, el pobre tiene alzheimer en grado muy avanzado. Cotilleos intrascendentes que buscan más recuperar recuerdos que indagar en intimidades, chismes bienintencionados que te llevan en ocasiones a lugares no previstos.
Al acabar, las fotos de rigor. Más tarde los abrazos, los golpes en la espalda, los recuerdos a tanta gente que no había estado pero pudiera haberlo hecho. Pero sobre todo el firme propósito de volver a vernos como muy tarde dentro de un año.
Y vuelta a la realidad de mi tranquila existencia.