26 de noviembre de 2018

Insultos en el Congreso

Estaba yo el otro día viendo en directo la sesión de control al gobierno, cuando el diputado Rufián se enzarzó con el ministro Borrell. Como estoy acostumbrado a los exabruptos del primero, comprendí que se trataba de una más de las provocaciones parlamentarias a las que nos tiene acostumbrados el representante de ERC, y supuse que, como consecuencia, el destinatario de los insultos se quitaría de en medio a su agresor verbal mediante alguna sutil finta dialéctica que lo dejara descolocado. Al señor Borrell lo considero un hombre con capacidad dialéctica sobrada para frenar en seco a cualquier desaforado lenguaraz. Pero no fue así, sino que para mi sorpresa el “canciller” español entró al trapo de los vulgares insultos del otro.

Por si fuera poco, cuando el grupo parlamentario de ERC abandonaba el hemiciclo tras la expulsión de Rufián por desacato a la presidencia, el ministro empezó a gritarle a uno de los diputados que pasaban por delante de su escaño “eh, eh, eh, …”, como si protestara por algo que éste le hubiera hecho o dicho. Después supimos que las exclamaciones venían como conseuencia de un supuesto escupitajo, que nadie más que Borrell había visto. Lo que las cámaras mostraban era un gesto despectivo, algo así como cuando uno dice “puuuf”. Una falta de educación evidente, un gesto impropio de un parlamentario, una auténtica grosería, pero algo que en aquel ambiente de crispación a nadie debería sorprenderle, mucho menos a un veterano político como es el ministro de Exteriores.

Suele decirse que los políticos desayunan sapos, para que así después, a lo largo del día, cualquier cosa que suceda les sepa a gloria. Pues bien, quizá Borrell ese día había desayunado chocolate con churros. Le faltó cintura dialéctica ante los insultos y perdió los nervios en el momento del lamentable paseíllo. No digo que no le faltaran razones para acusar a Rufián de esparcir mezclas de serrín y estiércol, sino que en mi opinión debería haber contestado con contundencia pero sin rebajar el lenguaje al nivel del de su adversario. Ni tampoco defiendo que sea admisible hacer gestos malcarados en el Congreso. Lo que trato de explicar es que un ministro está obligado a moderar el tono de la réplica. A mí los insultos y los gestos de los de Esquerra me entraron por un oído y me salieron por el otro, tal es el hartazgo que me producen las intervenciones de alguno de ellos. Pero la actitud de Borrell, precisamente por lo alto que valoro su talla política, no  me dejó satisfecho.

El gobierno actual está sufriendo ataques soeces desde muchos frentes, desde la derecha que se ha visto de repente desprovista del poder y desde un separatismo que no acaba de entender que nadie le va a conceder la independencia a Cataluña vulnerando las leyes. Pero ya se sabía que eso iba a ser así, de manera que no creo que uno pueda rasgarse las vestiduras por lo que está sucediendo. Los ministros no deberían entrar nunca al trapo de las provocaciones. Mejor dicho, están obligados a contestar a los insultos, pero sin caer en la misma bajeza de quienes los insultan. De lo contrario, llegará un momento que el electorado dirá aquello tan manido de todos son iguales, lo que en mi opinión no es verdad.

¡Hay que ver cómo está el patio de la vulgaridad política!

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