A mediados de los 50, cuando yo era apenas un adolescente, se emitía un programa radiofónico cuyo protagonista exclusivo era Gila. Debía de empezar a una hora en la que se suponía que los escolares teníamos que estar en la cama, de manera que mis padres me despertaban para que durante aquel rato disfrutara con las ocurrencias del genial humorista. Creo que el surrealismo de Gila ha sido el culpable de que mi sentido del humor no se conmueva ante las payasadas travestidas de Los Morancos, los chistes baturros de alpargata y cachirulo de Marianico el Corto o las tópicas andaluzadas de Paz Padilla. Los respeto como profesionales, pero no consiguen con sus actuaciones arrancarme más allá de una desdibujada sonrisa. No, el suyo no es mi estilo favorito.
Sin embargo me he reído y mucho con Tip, otro surrealista difícil de imitar. Coll le complementaba con excepcional inteligencia, lo que hizo que aquel dúo de humoristas alcanzara la popularidad que alcanzó y que mantuvo durante tantos años. Todavía hoy cuando veo repetido alguno de sus sketches televisivos me carcajeo hasta la lágrima incontenible. Conozco casi letra por letra lo que van a decir a continuación, pero la seriedad de sus caras, el falso hieratismo de su compostura y la entonación de sus voces me devuelven a la memoria los grandes ratos que me hicieron pasar en su día.
En otro orden de cosas, Jerry Lewis me gustaba. Era un payaso desmadrado, pero con una intención tan satírica y transgresora que me hacía pasar buenos ratos. Hubo una época que formó pareja cinematográfica con Dean Martin. Constituían un binomio de guapo y feo que recorría el mundo, uno enamorando a las mujeres y el otro entrometiéndose en todo con sus desordenadas pamplinas. Dos estereotipos muy bien contrastados. Después, cuando se deshizo el dúo, Jerry continuó en solitario, acrecentó la faceta bufona y mi aceptación de su humor bajó bastante.
Me gustaba Ángel Garó –hace tiempo que no lo veo- con aquel deje de amaneramiento, entre la ingenuidad y el disparate; no me hace demasiada gracia Moto, un buen imitador, pero muy poco original en su comicidad; y pasé muy buenos ratos con Martes y Trece, imitadores también, pero con un sentido del humor muy ingenioso y ocurrente. Otro ejemplo de que a veces se necesita la réplica para completar el espectáculo burlón. Cuando se separaron, perdieron por completo la gracia que les dio fama.
Por cierto, hablando de sentido del humor, acabo de oír a un granadino explicar por radio qué significa la expresión tan oída de tener mala follá. Como la definición debía de ser para él algo compleja, ha optado por poner un ejemplo. Mala follá es colocar una advertencia en el escaparate de una librería que rece: ni hago fotocopias ni sé dónde se hacen. Lo que me ha recordado a lo que le oí decir un día a mi admirado humorista donostiarra Chumy Chumez: cuando entro en un restaurante en San Sebastián sé que estoy en mi tierra porque lo primero que le oigo decir al camarero en tono abrupto es cocochas no hay.
No sé otros, pero yo con estas muestras de ingenio me desternillo.
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