Se veía venir, aunque algunos no se lo creyeran. La derecha, dividida en tres fracciones -no por razones ideológicas sino por intereses personales de sus líderes-, está conformando un frente político en apariencia cohesionado, con la vista puesta en que de ninguna manera gobierne la izquierda. Empezaron los coqueteos entre ellos con mascarillas y guantes profilácticos para no contagiarse los unos de los otros, pero al final, como sucede en los colegios infantiles, el sarampión les ha atacado a todos. Ahora, cuando se les mira la cara, es difícil distinguir a unos de otros.
Los intentos por parte de Ciudadanos de marcar diferencias con las otras derechas resultan hasta ridículos, por no decir patéticos. Proclamaban que habían llegado a la política para regenerarla y se alían con un partido que tiene más líderes imputados o en la cárcel que escaños en el Congreso. Presumían de centristas y ahora van de la mano de los herederos del franquismo sociológico. Pretendían –y aún pretenden- sentarse en la bancada de los liberales europeos y en nuestro parlamento se acomodan junto a los amigos de Le Pen y de Salvini. Unos contrasentidos que, si no fueran preocupantes por lo que tienen de engaño a los ciudadanos, inducirían a la carcajada contagiosa.
El Partido Popular está maniobrando con astucia sibilina, aunque con sus manejos ponga a prueba constantemente su credibilidad. Por una parte se presenta como una derecha de línea dura, para intentar así seducir a los hermanos descarriados que se pasaron a Vox y retornarlos a la casa del padre, y por otra no se sonroja en absoluto tratando a los de Ciudadanos como si profesaran su misma fe, limitándose a afearles de vez en cuando que se propongan invadir un terreno que ya está ocupado. En definitiva, tratando a unos y a otros con cierta conmiseración, a la espera de que dejen de molestar. O dicho de otra forma ninguneándolos.
Vox, mientras tanto, lleva algún tiempo regodeándose con el desconcierto de sus circunstanciales aliados, que cada día que pasa le conceden más cancha donde jugar. A base de tiras y aflojas va abriéndose camino en la política española, sabiendo como sabe que la derecha no tiene hoy más remedio que contar con ellos. Un panorama alentador para la ultraderecha, que necesita visibilidad, porque no ignora que cuentan con un número importante de adeptos que añoran unos tiempos que según ellos fueron mejores que los actuales.
Llegados a este punto, me pregunto hasta dónde llevará a los partidos conservadores su deriva. Y sólo por especular, porque entre mis escasas virtudes no se encuentra la de adivinar el futuro, empiezo a vislumbrar un PP avanzando entre tanto desbarajuste, un Ciudadanos incapaz de salir de sus propias contradicciones -cada vez más evidentes como ha denuciado Manuel Valls- y un Vox que ha llegado para quedarse, aunque su presencia implique, al menos por el momento, escasa capacidad de decisión.
Si eso fuera así, el tiempo daría la razón a una reflexión que hice en este blog hace ya tiempo, cuando pensaba que los emergentes (Podemos y Ciudadanos), superado un periodo de cierta exaltación por la novedad, terminarían sin fuelle, y que, como consecuencia, los dos partidos con arraigo (PP y PSOE) resistirían el embate y volverían a aglutinar a los conservadores y a los progresistas respectivamente. Creo recordar que entonces utilicé una expresión coloquial, aquella de para qué inventar la pólvora cuando ya está inventada.