Desde que Pedro Sánchez saltó a la primera línea de la política española, pensé que si algo lo caracterizaba era la valentía. Llamo valentía a lo que otros llamarán osadía o irresponsabilidad, porque en esto de los gustos hay mucha variedad. Pero, en mi opinión, si por valiente se entiende hacer frente a los problemas sin temor a las dificultades y con determinación, qué duda cabe de que con la puesta en marcha de la mesa de diálogo con la Generalitat está demostrando que no hay complejidad que lo arredre.
Lo que sucede es que no basta con ser valiente, se necesita además tener éxito en lo que se emprende. El fracaso convierte la valentía en temeridad, es decir transforma la virtud en defecto. Por eso, si las negociaciones con los independentistas catalanes se torcieran, la oposición aumentaría aún más, si cabe, el redoble de los tambores de guerra y la opinión pública culparía al gobierno de haberlo intentado sabiendo que no había nada que hacer. Porque en un asunto como éste no cabe término medio: o se triunfa o se fracasa.
Es evidente que esto lo sabe el gobierno. Sin embargo no ha dudado en ningún momento en llevar adelante una política de negociación, convencido de que en el conflicto catalán no hay otra salida que el acuerdo político, una vez que ha quedado demostrado que las políticas de mano dura para lo único que sirven es para aumentar el número de independentistas, para nutrir las filas de la sedición y, por tanto, para hacer cada vez más difícil encontrar una solución. Ahora sólo cabe poner las cartas boca arriba, decirse unos a otros a la cara hasta dónde están dispuestos a llegar y tratar de encontrar un punto de encuentro que, suponiendo que llegue, nunca satisfará del todo a ninguna de las dos partes. Pero esto último es una de las características de los acuerdos pactados.
No va a ser fácil, porque las posiciones de partida están muy alejadas. Pero que sea difícil no significa que sea imposible. Es más, si se consiguiera un acuerdo pactado, creo que todos saldríamos ganando, los españoles en general y los catalanes -independentistas o no- en particular. España no correría el peligro de vivir constantemente bajo la desestabilizadora amenaza de la escisión y Cataluña podría quitarse de encima la obsesión separatista y volcar sus energías en mejorar la vida de los catalanes.
Yo no he visto nada en la puesta en marcha de la mesa de negociación que pueda tacharse de anticonstitucional. No lo he visto hasta ahora y espero no verlo nunca. El gobierno ha dejado claro, como premisa indiscutible, que todo aquello que se pacte estará dentro de la legalidad. Eso no significa que no surjan propuestas de modificaciones de la Constitución. Pero si se hicieran estarían amparadas por las leyes, porque no hay otra manera de hacerlo. España es un Estado de derecho y nadie puede saltárselas.
El tiempo nos dirá si Pedro Sánchez ha sido valiente o temerario. Si acierta habrá logrado un éxito de enorme trascendencia. Si fracasa, todos lo sabemos, habrá puesto en peligro su futuro político.