17 de julio de 2020

¿Qué les pasa a los nuevos?

Cuando hace unos años saltaron al escenario de la política nacional Ciudadanos y Podemos, el comentario general fue que el bipartidismo había muerto. Los partidos tradicionales, que hasta entonces habían aglutinado los votos conservadores (PP) y progresistas (PSOE), se habían escindido en otros varios y, como consecuencia, a partir de entonces habría que hablar de una nueva política. Aunque lo cierto es que no todos creyeron en aquel momento que el multipartidismo hubiera llegado para quedarse, porque fueron muchos los analistas políticos que opinaron desde el primer momento que tarde o temprano se volvería a la situación anterior. Según éstos, la fragmentación respondía a circunstancias del momento, de manera que, superadas éstas, reaparecerían con más fuerza los dos partidos dominantes de ámbito nacional y se volvería a la alternancia, con una serie de formaciones regionales o nacionalistas que, en función de su fuerza parlamentaria, inclinarían la balanza en uno u otro sentido cuando no hubiera mayoría absoluta.

Yo no voy a entrar hoy aquí en conjeturas sobre qué es mejor, si el bipartidismo o el desdoblamiento multipartidista. No es que no tenga opinión, que la tengo. Lo que sucede es que sobre lo que quiero reflexionar hoy es sobre algo distinto, porque la pregunta que me hago es si hemos llegado ya al punto de retorno a lo anterior o no. Los resultados en las elecciones autonómicas gallegas y vascas de los dos partidos llamados entonces emergentes parecen indicar que algo está sucediendo. Ciudadanos ya obtuvo unos resultados desastrosos en los últimos comicios nacionales y no parece que lo sucedido en los autonómicos de hace unos días hayan dejado en muy buen lugar a Podemos.

Tengo la opinión de que el nacimiento de nuevos partidos suele responder a ambiciones personales, legítimas por supuesto, pero casi siempre carentes de rigor ideológico. Ciudadanos, que nació con la vocación de combatir desde la derecha al nacionalismo catalán porque el PP no levantaba cabeza en aquella región, dio el salto a la política nacional envalentonado por sus resultados electorales. Sólo disponía de un espacio político muy ajustado, el centro, pero los aires caudillistas de su anterior presidente, que intentó desplazar al PP, dieron al traste con sus intenciones. Ya he dicho en alguna ocasión que si su actual dirección intentara volver a la idea de convertirse en un partido bisagra podría tener algún éxito, pero tengo la sensación de que sus líderes no acaban de definir una estrategia que devuelva a este partido la credibilidad perdida.

El caso de Podemos es distinto, pero guarda con el anterior la similitud del personalismo. Una serie de jóvenes universitarios, de ascendencia izquierdista y de modales inconformistas, aprovecharon las convulsiones internas del PSOE para salir de sus cenáculos a la calle, apoyarse en el descontento de una parte de los tradicionales votantes socialistas y fundar un partido que desplazara a Izquierda Unida y, si fuera posible, al partido socialista. Su ideología siempre fue confusa, una mezcla de comunismo, socialismo extremista y populismo progresista.

Sin embargo, una circunstancia puramente aritmética, la insuficiente fuerza parlamentaria del PSOE, dio a Podemos la oportunidad de formar parte del actual gobierno de coalición. La oportunidad y también el riesgo, porque los hechos están demostrando que su obligada adaptación a las circunstancias de la realidad, no sólo está poniendo en evidencia su radicalidad, sino que además su líder se ha convertido, muy a su pesar, en el policía malo de la pareja que forman las dos cabezas visibles de la alianza. Es curioso observar como la imagen de Pedro Sánchez gana en moderación día a día, simplemente por comparación con lo que dice y hace Pablo Iglesias.

No digo que no pueda haber nuevos partidos. Simplemente sostengo que para que tengan éxito deben de haber elegido perfectamente su sitio, porque no basta con declaraciones de intención ni con intentar ocupar el espacio político que ya estaba ocupado. Los electores terminan diciendo que para eso prefieren al genuino.

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