Un día hablé de los “coronanegacionistas”, una categoría en la que englobaba a todos aquellos que por activa o por pasiva sostienen que lo que está sucediendo no es para tanto. Pero ahora, con mayor conocimiento sobre el comportamiento de nuestros semejantes –lo de semejantes es un decir-, creo que estoy en condiciones de diseccionar algo más la actitud de los que se comportan frente a la epidemia como si no fuera con ellos.
Voy a recordar en primer lugar que para combatir al virus hay que entender que no basta con protegerse uno mismo, que es preciso además no contaminar a los que te rodean. Algunos, no sé si por egoísmo o por desconocimiento, actúan como si lo único que les preocupara fuera contraer la enfermedad, importándoles muy poco si pueden o no contagiar al de al lado, actitud que confirma aquello de que la caridad empieza por uno mismo, pero que ignora que cuantos más infectados haya mayor posibilidad tiene uno de contagiarse.
Tampoco puede ovidarse la existencia de asintomáticos y “presintomáticos”, los primeros portadores del contagio, pero que no muestran ni mostrarán nunca los síntomas del covid-19; los segundos también contagiados, pero que aún la enfermedad no se ha manifestado en ellos. Podemos tenerlos a nuestro alrededor vivitos y coleando, pero transmitiéndonos el virus sin que ni ellos ni nosotros lo sepamos.
También hay que tener en cuenta la importancia de la frecuencia de los posibles contactos con el coronavirus, aunque no sea más que por un sencillo cálculo de probabilidades. El otro día, después de estar comiendo con unos amigos, cuando volví a colocarme la mascarilla, uno de ellos me preguntó que por qué me la ponía después de haber estado sin ella durante el rato de la comida. Pues por eso, porque cuantas menos oportunidades le demos al “bicho”, mejor. Si se minimiza el tiempo de riesgo se aumenta la protección. Tan sencillo como eso.
Ahora, cuando los rebrotes están apareciendo por todas partes, conviene más que nunca meditar sobre las medidas de autoprotección, porque está claro que, si bien muchos no las practicaban ni durante el confinamiento, ahora con la nueva normalidad se las toman a chirigota. Nunca le hicieron caso a las prohibiciones y cuando éstas han desaparecido deben de pensar que, si entonces no se contagiaron, ahora ni de broma.
Los rebrotes actuales se están produciendo, entre otros, en dos escenarios recurrentes, el primero, las reuniones multitudinarias, protagonizadas por lo general por gente joven y promovidas por auténticos delincuentes; el segundo, los llamados ambientes familiares, en los que concurren abuelos, hijos y nietos, cuando no algún bisabuelo y algún bisnieto. Del primero poco que decir, porque cualquier cosa que diga ya se habrá dicho antes; el segundo motivado por la igenuidad supina de algunos, que parecen ignorar que consanguinidad no es lo mismo que convivencia. El verano se presta a este tipo de encuentros familiares y son bastantes los que, llevados por la querencia, parece que no están dispuestos a cambiar sus costumbres.
Mucho cuidado, porque tengo la sensación de que esto que ahora estamos llamando rebrotes no es más que el principio de una nueva ola, aquella que algunos vaticinaban para otoño, pero que se está adelantando por culpa de la irresponsabilidad ciudadana. De la irresponsabilidad y de la ignorancia.
No es sólo que esté pesimista, es que cada vez lo estoy más.
Una vez más me he equivocado. Pensaba que todos, jóvenes y mayores nos daríamos cuenta de lo fácil y eficaz que es seguir las recomendaciones de los expertos contra la pandemia y obraríamos en consecuencia. Así, sin un gran esfuerzo, se evitarían grandes males. ¿Era tan difícil de entender?
ResponderEliminarEs sorprendente, pero parece que la irresponsabilidad está muy repartida.
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