9 de julio de 2020

¿Qué te han hecho los refranes?


(Dedicado a mi amigo, el viajero impenitente)

Le oí decir hace poco a un buen amigo mío que odiaba los refranes. Mejor dicho, no se lo oí, sino que leí su opinión en uno de sus muchos escritos, todos ellos por cierto muy interesantes. Si su juicio hubiera sido que su utilización como recurso literario resulta en ocasiones oportunista o que algunos de ellos no son más que tópicos disfrazados de originalidad, quizá hubiera estado dispuesto a considerar sus apreciaciones. Pero la palabra odio ha provocado en mi subconsciente un rechazo, porque soy un convencido de que, como decía Gonzalo Torrente Ballester, el refranero constituye el compendio de la sabiduría de un pueblo.

Como la franqueza no es agravio, ni ser sincero resabio, hoy me he levantado pronto para escribir este artículo, aunque sé muy bien que no por mucho madrugar amanece más temprano. Pero como el que algo quiere algo le cuesta, y como además lo cortés no quita lo valiente, voy a intentar defender el honor del vapuleado refranero. Aunque aviso de antemano que no me extenderé demasiado, ya que debo recordar que lo bueno si breve, dos veces bueno, y si malo menos malo.

Sin embargo, como el que tiene boca se equivoca y el que juega con fuego sale quemado, no quisiera ir a por lana y volver trasquilado. Defender el refranero de acusaciones frivolas es una cosa y otra muy distinta  correr el riesgo de sembrar vientos y recoger tempestades, aunque en este caso no deba olvidarme de que perro ladrador poco mordedor. No obstante debería andar con mucho cuidado, no vaya a ser que alguien me diga que los toros se ven mejor desde la barrera. Además, y sobre todo, no quisiera que me recordaran que una cosa es predicar y otra dar trigo.

En realidad no sé por qué la frase de mi amigo ha herido tanto mi sensibilidad, cuando una golondrina no hace verano. Quizá debería haberme acordado de que el agua que no has de beber debes dejarla correr y, también, de que en boca cerrada no entran moscas. Pero, como tengo vocación de abogado de pleitos pobres, lo que me ha venido a la memoria es que el que calla otorga, de manera que en vez de tener en cuenta que el tiempo todo lo cura, menos vejez y locura, he preferido quitarme la espina y aplicar aquello de ande yo caliente y ríase la gente.

Querido amigo, no te metas con el ingenio popular porque ya sabes que es mejor no menear el arroz aunque se pegue. Yo, aunque no me olvido de que no es oro todo lo que reluce, le tengo tanto cariño al refranero español que unas veces lo utilizo porque sus mensajes me vienen como anillo al dedo y otras porque a falta de pan buenas son tortas, aunque nunca sepa de antemano la reacción que su lectura provocará, ya que ojos que no ven corazón que no siente.

Como había prometido brevedad y ha llegado la hora de comer lo dejo aquí, porque sabido es  que con la barriga vacía ninguno muestra alegría. Además me acabo de dar cuenta de que en esto de los refranes, como en casi todas las contingencias de la vida, lo mejor es que cada palo aguante su vela. Y, aunque a lo hecho pecho, dejaré por hoy de ir de la Ceca a la Meca.



2 comentarios:

  1. Mi “¡Cómo odio los refranes!”, querido Luis, era una hipérbole, más aún una “aúxesis”. (Lamento hacerte levantar de tu querido sillón para correr al diccionario).
    Seguramente me habrás oído decir o quizás leer, que “solo hay que odiar al desorden y al pecado”, frase que atribuyo a un amigo, pero de la que me dijo que no era suya.
    O sea, que no odio los refranes, solo no me gustan.
    Te añadiré que del refrán no me gusta su enseñanza moral y menos su parte de la rima tipo pareado, que suele acabar en un ripio.
    El viajero impenitente ahora en penitencia.

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  2. Efectivamente, no son poemas de Góngora.
    Ya llegará la impenitencia.

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