Me confesaba hace poco un buen amigo que hubiera continuado votando al PSOE si no fuera porque siente un profundo rechazo hacia Pedro Sánchez. Un argumento que, colocado como premisa de cualquier otra consideración, podría resultar inapelable. Si uno no traga al líder, ¿cómo puede pararse a examinar el programa que su partido defiende?
Lo que sucede es que yo no estoy de acuerdo con que las decisiones de voto, es decir las preferencias políticas, deban estar condicionadas por las percepciones que cada uno tenga sobre las personas que las representan en un momento determinado. Éstos pasan, son sustituidos por otros, mientras que las ideas del partido que lideran, al menos desde el punto de vista de las líneas maestras, permanecen. Lo primero es anecdótico, lo segundo categórico. Renunciar a la defensa de una ideología porque el líder del momento "te caiga mal" tiene poco sentido, sobre todo si como consecuencia de esa antipatía se termina votando a los adversarios, es decir a los que representan la antítesis política de los primeros. Si se dejara el voto en la abstención, es decir en cuarentena momentanea, podría llegar a entenderlo. Pero cambiar de ideario por culpa de la opinión que se tenga de una persona me parece poco riguroso.
Yo creo que cuando se pone a las personas como justificación de la modificación del voto, lo que se hace en realidad es utilizar un pretexto para cambiar de “bando” sin tener que dar a nadie demasiadas explicaciones. En realidad se ha elegido una nueva ideología, se han modificado los parámetros bajo los que antes se tomaban las decisiones de voto, y, como a nadie le resulta demasiado decoroso el transfuguismo, se pretextan desacuerdos con el líder del momento. Todo menos reconocer que se ha cambiado de pensamiento político, que ya no se defiende lo que se defendía antes.
Esto cambios de adscripción política pueden suceder por varias razones. A veces ocurre porque la edad modifica la percepción personal del modelo de sociedad que uno quiere y, como consecuencia, se empieza a ver el mundo con ojos distintos. Otras, porque el entorno familiar presiona tanto que obliga de manera inconsciente, pero efectiva, a cambiar el compromiso. Por último, y esto puede coincidir con los anteriores supuestos, porque nunca se estuvo convencido de las ideas que se tenían antes, de manera que cambiarlas por otras resulta muy fácil.
En cualquier caso, aceptando que todo el mundo tiene derecho a elegir el partido que le dé la gana, lo que me sorprende es que haya que pretextar antipatías personales. Cuando las ideas están claras, el líder del partido que las defiende podrá gustarte más o menos, pero esa circunstancia no debería influir en tu voto. Hacerlo significa, no sólo dar la espalda al sujeto merecedor de esas antipatías, sino a todo un programa, a toda una ideología. Salvo que, como digo arriba, lo del rechazo personal no sea más que una excusa para cambiar de chaqueta.
Yo he conocido ya a muchos secretarios generales del PSOE, desde Felipe González, que tuvo que gobernar en medio de una democracia todavía débil y amenazada, hasta Pedro Sánchez que ha heredado una situación de desprestigio de las instituciones y de pérdida de calidad democrática como nunca se había dado antes. Y a todos ellos, desde el primero al último, les he “sacado defectos”, porque es imposible que una persona responda en su totalidad a tus gustos políticos. Pero más allá de esos desacuerdos estaban las ideas y los programas, y sobre todo la comparación con los adversarios. Cuando ponía cada una de estas cosas en el platillo correspondiente de la balanza de las decisiones, mis posibles dudas se disipaban.
Cambia de bando cuando quieras, querido amigo, pero no pongas pretextos, porque corres el riesgo de que se te vea el plumero de la mala conciencia que te provoca haber dicho digo y ahora Diego.
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