Nunca hubiera podido imaginar que una derrota electoral provocara sentimientos de odio tan acusados como los que observo a diario en algunos ciudadanos de nuestro país. Llevo años analizando las reacciones que se producen tras los fracasos electorales de unos y de otros y hasta ahora no había percibido tanta animadversión como la que ahora exuda por todos los poros de su cuerpo una parte de la ciudadanía española. Los mensajes que se envían -mejor, se reenvían-, las declaraciones de los líderes de las ultraderechas y las soflamas de un determinado sector de los medios de comunicación del país son tan desgarradores, tan exagerados y tan melodramáticos, que me he puesto la gorra de psicólogo -las tengo de muchos oficios con la categoría de aprendiz- y le he dedicado alguna pensada a un asunto que cada día me sorprende más. Y he llegado a la conclusión de que detrás de este ambiente no sólo está el odio, sino también la frustración.
Dice la Academia que frustración es la imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo. Y añade que se trata de un sentimiento de tristeza, de decepción y de desilusión provocado por esta imposibilidad. La necesidad o el deseo en este caso es gobernar, volver a tener en las manos las riendas de la nación. La tristeza, la decepción y la desilusión proceden de la constatación de que de momento ese deseo está muy lejos de su alcance. La legislatura va avanzando, todos los días se aprueban nuevas leyes progresistas, se corrigen aquellas que fueron aprobadas en la época del señor Rajoy, se negocia con Europa las ayudas necesarias, se lucha contra la pandemia, se gestiona un plan de vacunación, en definitiva se gobierna. Y eso es una píldora que para un sector de este país es muy difícil de tragar, acostumbrados a campar por sus respetos y a hacer con los destinos de la nación lo que les viene en gana.
Como le dijo Sánchez a Casado el otro día en el Congreso, a propósito de que éste le reprochaba que había cometido la "imperdonable falta" de no haber felicitado la Navidad a los diputados durante su intervención, deberían hacérselo mirar. Cuando la histeria se apodera de la mente de un individuo, algo patológico le sucede. Pero cuando el histerismo alcanza a un colectivo la cosa se complica, porque, como ahora sabemos muy bien, las epidemias se extienden con suma facilidad y provocan mucho dolor. La frustración de la extrema derecha -PP y Vox, Vox y PP- lleva camino de convertirse en una imparable ola de desatinos y necedades impropios de un país civilizado. Y, lo que es peor, es tanta la tinta y la saliva gastada en este griterío que no les queda tiempo para hacer lo que deberían, para ejercer una oposición útil para el país.
Como me gusta analizar las palabras, he buscado sinónimos de frustración y he encontrado muchos, entre ellos malogro y fracaso. Me viene bien traerlos aquí para explicar lo que sospecho, que toda esta actitud tan forzada procede, en primer lugar, de la mala conciencia por haber malogrado su gobierno como consecuencia de una corrupción intolerable y, en segundo, por los fracasos tan acusados que sufrieron en las últimas elecciones, unas derrotas que ni siquiera haciendo piña todos ellos en la plaza de Colón les permitió salvar los muebles del desastre. Y este malogro y este fracaso no sólo afectan a los dirigentes, también a sus seguidores, porque a nadie le gusta reconocer que había depositado su confianza en quienes quizá no la merecíeran.
Las derrotas hay que asimilarlas, pero sobre todo aceptarlas. De ellas es preciso sacar conclusiones, preparar el futuro y construir o reconstruir una alternativa creíble. Lo que no se debe hacer es echarse al monte del disparate, lanzar a los cuatro vientos acusaciones estúpidas por increibles y crear un clima de desasosiego que, lamento decirlo, a mi me produce sonrojo al observar que así es como se comportan otras oposiciones en otras latitudes del planeta, de las que nos separan siglos de civilización.
Sosiéguense y moderen el comportamiento, señores de la oposición. Quizá así tengan ustedes alguna posibilidad de salir de la frustración en las próximas elecciones. Porque si continuan con esta correa sin fin de despropósitos corren el peligro de seguir ladrando sus rencores por las esquinas durante muchos años.