Dejo el título incompleto para que el lector sustituya los puntos suspensivos por el sustantivo que prefiera. El que yo hubiera elegido pertenece al género femenino y huele mal. Pero declino la tentación de ponerlo por escrito, no vaya a ser que la palabra contamine el blog.
La política española está cada día más sucia y más pestilente. Mejor dicho, no es la política la que hiede, sino las maneras de algunos políticos. Los extremismos, la radicalidad, el juego sucio, la corrupción y la ausencia de las normas más elementales de buen estilo campan por sus respetos. No importa lo que se diga, si denigra, si insulta al adversario. En la guerra como en la guerra, deben de pensar algunos. Además, la suciedad se extiende por todas partes, por la izquierda y por la derecha. Hay personajes que, considerándose incapaces de debatir con argumentos inteligentes, utilizan toda clase de infundios para atacar al contrario. Desde el insulto machista por parte de un diputado del PP contra Yolanda Díaz que se oyó hace unos días en el Congreso -usted para ascender tiene que agarrarse a una coleta-, hasta la gratuita suposición del líder de Unidas Podemos de que Isabel Díaz Ayuso acabará en la cárcel. Barro, lodo y otras cosas.
Quien lea este blog sabe perfectamente lo que opino desde un punto de vista político de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. No me gustan ni su ideología ni su falta de respeto al adversario ni su manera de gobernar. En mis esquemas figura dentro del más puro estilo “trumpista”, en el que se unen el populismo de la ultraderecha y la demagogia de vía estrecha. Pero nunca se me ocurrirá decir de ella, sin pruebas y gratuitamente, que acabará en la cárcel, como le ha espetado en varias ocasiones Pablo Iglesias. Y mucho menos añadir que lo que le sucede a doña Isabel es que teme que la presencia del líder de Podemos en el gobierno de Madrid permita que se mire debajo de las alfombras. Lo primero raya en el delito de atentado contra el honor de las personas, lo segundo es una fanfarronada.
He oído a alguien decir que Pablo Iglesias promueve grandes adhesiones y no menores rechazos. Mucho me temo que, consciente o inconscientemente, haya elegido un tono expresivo que tiene muchas trazas de debilitarlo políticamente, lo que podría suponer que también a su partido. Su paso adelante en las elecciones de Madrid ha supuesto en cierto modo un paso atrás en el liderazgo de UP, posición que parece que delega en su compañera Yolanda Díaz, una mujer que ha demostrado valía política, al mismo tiempo que grandes dotes para manejarse en el complejo mundo de las relaciones con los sindicatos y con las patronales. Se trata por tanto de una decisión por parte del señor Iglesias de gran calado, que supongo nace como consecuencia del rechazo casi visceral que percibe a su alrededor -en la derecha, pero también en la izquierda- y de la urgente necesidad de movilizar a un electorado radical que está dudoso o cansado.
Lo que sucede es que existe otro sector de votantes, también de izquierdas, al que no le gusta el estilo del líder de Podemos. Por esa razón, Ángel Gabilondo ha advertido que no pactará con “este Pablo Iglesias", una expresión muy medida que da a entender que, aunque políticamente pueda haber afinidades -de hecho las hay-, sus modos y sus maneras de hacer política no le gustan. Teme que muchos de sus potenciales votantes, los del amplio centro progresista que lo apoyan y que son los que siempre han dado el poder a la izquierda, le den la espalda si perciben que para ser presidente de la comunidad tendrá que contar con él.
La izquierda en Madrid está
en estos momentos tocada de gravedad y desmovilizada, entre otras cosas porque a muchos de sus votantes no les gustan los modales inadecuados. Y la derecha, manejada por la mano populista de Isabel
Díaz Ayuso, crecida hasta extremos que sólo se justifican por la división de la
izquierda, está crecida. Pablo Iglesias debería tener en cuenta que asaltar los cielos es una bonita frase, pero absolutamente inútil
cuando no se tiene en cuenta la realidad social de España. Los radicalismos
extremos, los estilos agresivos, no sólo no gustan a la mayoría de los españoles, sino que además
los rechazan. Pero es que, por si fuera poco, retrasan el progreso social al incitar la reacción. La Historia lo demuestra machaconamente.