7 de abril de 2021

En la variación está el gusto

Si fuera cierto lo que el proverbio que titula este artículo insinúa, yo no tendría gusto. Siempre he sido una persona de costumbres arraigadas, por no decir de hábitos repetitivos. Salirme de mis rutinas me produce alguna ligera inquietud, la que procede de no estar muy seguro de cuál será el siguiente paso a dar. Sin embargo, cuando repito aquello a lo que estoy acostumbrado y en el orden con el que suelo ejecutarlo, me siento tranquilo o al menos más confortable. Supongo que ser así no entraña ninguna virtud, pero aquí cuento las cosas como son.

Aunque es verdad que esta propensión a la rutina se ha visto incrementada con la edad, cuando hago un ejercicio de memoria y me traslado a épocas pasadas me encuentro con que siempre, en mayor o menor medida, he sido así. Lo cual no quiere decir que en mis años jóvenes no me gustara el constante picoteo de sensaciones nuevas; pero cuando alguna de las que probaba me gustaba, se convertía inmediatamente en repetitiva. Una cosa es probar para escoger y otra muy distinta convertir la búsqueda en una manera de vivir. Explorar está bien, pero, una vez hallado lo que buscas, para qué seguir explorando.

Al hilo de esta reflexión, he encontrado en el cajón de los refranes uno que tenía olvidado por completo: “Cada día gallina, amarga la cocina”. Ya he dicho en alguna ocasión que considero que el refranero es un pozo de sabiduría o, al menos, una recopilación de las experiencias de muchas personas a lo largo de muchos años. Si este refrán se refiriera sólo a los hábitos alimentarios, no tendría nada que objetar, porque en esto del comer procuro variar tanto como puedo. Pero si, como supongo, su propósito es más general, mis costumbres se apartan bastante del mensaje que transmite. Si la gallina me gusta, para qué probar el pavo.

Conozco a muchas personas que, muy al contrario de lo que a mí me gusta, nunca saben qué van a hacer a continuación. Viven improvisando, cambiando de planes constantemente, en un intento de liberarse de ataduras. Supongo que esa falta de compromiso con cualquier programa preestablecido les produce satisfacción, quizá la de considerar que en el desconocimiento de lo que pueda suceder a continuación esté la gracia, la sal de la vida. Me parece muy bien, porque en esto del estilo de vida cada uno hace con su capa el sayo que le da la gana. Lo único que me atrevo a decir es que esta manera de vivir no va conmigo, porque me inquieta la improvisación.

Es muy posible -no lo voy a negar -que la repetición sistemática de la rutina diaria implique cierta pereza vital, porque no deja de ser muy cómodo saber qué viene a continuación. Donde yo sí introduzco tantas variaciones como puedo es en los contenidos de cada una de las partes que componen mi programa. Procuro no pasear cada día por el mismo itinerario, cambio de estilo de lectura cada vez que acabo un libro, elijo películas de formatos muy variados, viajo procurando no repetir los lugares que conozco, todo lo cual me permite sentir la sensación de variedad. Con eso me conformo.

Cada vez que tengo que enfrentarme con algo que no estaba previsto en mis esquemas, los dedos se me hacen huéspedes. En estos casos me veo en la obligación de reprogramar todo para dedicar tiempo a la inoportuna tarea advenediza. Lo cual, se mire como se mire, no deja de ser un incordio, porque supone algo nuevo a lo que enfrentarme, pero sobre todo renunciar por falta de tiempo a alguna parte de mi programa.

Lo tengo que dejar aquí, porque se ha terminado la hora de escribir y ha llegado la de poner la mesa para cenar. Esa obligación forma parte de mi rutina diaria y no puedo fallar ni un solo día. A continuación buscaré en la guía una película para grabar esta noche y, después, alguna de las ya grabadas para verla, procurando al mismo tiempo que sus duraciones no excedan el tiempo que todos los días dedico a este menester. Y a la una a la cama, porque mañana tengo que levantarme a la hora de costumbre... para volver a empezar.

3 comentarios:

  1. Una anécdota sobre costumbres arraigadas, que a lo mejor ya conocías: Kant, el filósofo, era de costumbres arraigadas. Todas las tardes salía de su casa a la misma hora a pasear por la calle principal de su ciudad, Koenisberg, de la que por cierto nunca salió. Se dice que la gente ajustaba sus relojes cuando veía salir a Kant de su casa para el paseo.

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  2. Una anécdota muy simpática. No la conocía.
    La puntualidad es un tema del que hablaré en otro artículo. Soy un firme defensor de cumplir los compromios horarios con rigurosidad. Quizá en esta facete se me noten los ancestros castrenses. Soporto mal la impuntualidad.

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  3. El hombre es un animal de costumbres, y conforme los años pasan nuestras costumbres y estilos de vida van enraizando y nos da cada vez más pereza salirnos de lo cotidiano, lo cual no quiere decir, como bien apuntas, en que dentro de la rutina de cada cual existen infinitos caminos como hay libros para leer.

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