No sé quién fue el inventor de este triple intento de agravio a Ángel Gabilondo, pero sea quien fuera me ha hecho un gran favor al permitirme encabezar la reflexión de hoy sin necesidad de tener que agudizar el ingenio. Si salado, alegre e informal son los antónimos de los tres calificativos que titulan este artículo, yo prefiero que los políticos adolezcan de un poco de sosería, de bastante seriedad y sobre todo de una gran formalidad. Me sobran los payasos zapatones, los alborozados con el dinero de los demás y los incumplidores de las promesas demagógicas.
En alguna ocasión he dicho que el señor Gabilondo me parecía ausente como jefe de la oposición en Madrid. No me desdigo ahora, porque la escasa calidad intelectual, la chulería verbenera y la indisciplina ciudadana de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid hubieran merecido una respuesta parlamentaria contundente, el ataque constante a su ineptitud. Sin embargo, o no ha sabido o no ha querido denunciar las barbaridades de doña Isabel, puede ser que porque su estilo esté muy alejado de la confrontación decidida que se necesita para combatir al populismo de la ultraderecha y a la demagogia de los que carecen de escrúpulos a la hora de hacer política.
En cualquier caso, ahora estamos en otra fase. Los madrileños se enfrentan a unas elecciones en las que un bloque monolítico -formado por los de la plaza de Colón- intentará hacerse con la mayoría que le permita continuar con sus políticas ultraconservadoras, las que han dejado la comunidad en manos de una pandemia que no perdona los errores. Frente a ellos, una izquierda dividida, no tanto por los objetivos, como por los métodos que proponen y los estilos que acompañan a algunos de sus líderes. Además, y por si fuera poco, un electorado progresista muy desmovilizado.
Ángel Gabilondo posee una enorme capacidad intelectual y un estilo personal que atrae a muchos. Quizá le falte garra, como decía arriba; pero en un escenario político como el actual, en el que la vulgaridad, la zafiedad y la ordinariez circulan como moneda corriente, un toque de calidad en el pensamiento y en el ademán puede tener éxito. Doy por hecho que el electorado que lo votó en las elecciones anteriores volverá a otorgarle su confianza. Pero mucho me temo que los que se decantaron por las otras izquierdas continúen con sus preferencias, ignorando que la inmensa mayoría de las clases medias española -que son las que deciden los resultados en las elecciones- rechaza las posiciones radicales.
La maquinaria electoral de la derecha se ha puesto en marcha, utilizando la demagogia como acicate de un electorado muy propenso a aceptar cualquier acusación que se haga contra el adversario, desde las corrosivas mentiras que acusan a éstos de ser amigos de los terroristas y de los rompe-patrias, hasta las soeces insinuaciones de que el gobierno central es el culpable de los miles de muertes que está causando la pandemia. No importa que sea falso, si con la mentira se mueven conciencias.
Gabilondo está contraatacando sin perder en ningún momento la compostura. Genio y figura. No se le puede reprochar, porque precisamente en el gesto amable y en la palabra inteligente están sus virtudes. Lo que sucede es que quizá esto no baste, porque el panorama político está tan enrarecido, tan falto de calidad intelectual, que una gran parte del electorado se ha contagiado de la verborrea demagógica que vomitan los que ahora gobiernan la comunidad.
Las próximas elecciones autonómicas en Madrid pueden marcar el futuro político del país entero a corto plazo. Los de la derecha y la ultraderecha lo saben muy bien y por eso están volcados con todas las armas que tienen a su favor. ¿Lo saben también los votantes progresistas? Lo veremos dentro de muy poco.
Creo que el tono del artículo no es el de Gabilondo.
ResponderEliminarPase lo que pase en las elecciones, habrá que hablar y negociar con IDA y lo mejor será mantener una atmósfera que permita sentarse a buscar soluciones aceptables para todos.
Eso es lo que hay que pedir también al PP en el Congreso.
Alfredo, lo cortés no quita lo valiente. Nunca mejor dicho.
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