Ya sé que algunos de los que lean
esto se habrán empezado a remover en sus sillas inquietos, pensando que niego la
evidencia, que las hemerotecas existen y que todos le oímos decir aquello de
que no quería dos gobiernos en uno, que tal posibilidad le quitaba el sueño.
Yo también lo oí, por supuesto. Es más, confieso que hasta me gustaron aquellas
declaraciones, porque mi pensamiento socialdemócrata acepta con dificultad la
radicalidad que pregonaban los de Pablo Iglesias en aquel momento. Nunca me han gustado los
planteamientos de máximos. Prefiero la gota que horada a la convulsión
volcánica, entre otras cosas porque la primera acaba por excavar la roca y la
segunda provoca destrozos. La política
es el arte de lo posible y las urgencias retrasan los logros.
Aquellas declaraciones no eran mentiras, sino un posicionamiento de centralidad política. Lo que sucede es que después de las últimas elecciones tuvo que decidir entre dejar paso a las derechas o pactar con la otra izquierda. La aritmética parlamentaria no le permitía al PSOE otra combinación si quería gobernar, es decir, si quería llevar adelante su programa, que es lo único que de verdad importa en política. Existían riesgos, por supuesto; pero debió de pensar que eran asumibles y que su capacidad de liderazgo controlaría la situación. No resultaría cómodo -como no resulta cómodo ningún pacto-, pero había que intentarlo.
No mintió, sino que dijo la verdad del momento, lo que le dictaban las circunstancias. Después cambiaron éstas y se vio obligado a pactar. Y ahora, que el gobierno de coalición ya ha recorrido una larga trayectoria, me atrevo a decir que dijo en su momento lo que tenía que decir y que después decidió lo que debía decidir. Es más, no sólo no mintió, sino que antes y después actuó con inteligencia.
Es cierto que este gobierno ha pasado por momentos de tensión interna, no porque las diferencias de pensamiento hicieran la gobernabilidad imposible, sino sobre todo por la falta de discreción y por el afán de protagonismo de algunos. Pero al final esas tensiones se han ido mitigando y el programa conjunto va hacia adelante. En mi opinión, la salida de Iglesias facilitó entonces el entendimiento y el talante moderado de Yolanda Díaz contribuye ahora a que la legislatura continúe sin demasiados riesgos.
Que las cosas han cambiado lo demuestra las declaraciones de Pedro Sánchez, cuando admite que tras las próximas elecciones el PSOE necesitará el concurso de la otra izquierda, ya que parece demostrada la imposibilidad de conseguir mayoría suficiente. Pero es que ahora lo dice con un conocimiento de causa que no tenía entonces, que se puede gobernar en coalicción y que el PSOE tiene la fuerza que tiene. Si estas supuestos cambiaran algún día, no tengo la menor duda de que su opinión también cambiaría, aunque lo llamaran mentiroso, como con toda seguridad lo llamarían. Amigo, esto es política, decía aquel.
De la misma manera, la derecha que representa el PP no tendrá opción para gobernar si no pacta con Vox. Dicen que no son lo mismo, que nada tienen que ver sus programas, pero se necesitan. Naturalmente están en su perfeto derecho, no sólo a enfrentarse entre ellos ahora, también a pactar después si hiciere falta. No mentirán, sino que se adaptarán a las circunstancias.
Otra cosa es que esa previsible alianza
entre conservadores y reaccionarios movilice a las fuerzas progresistas para impedirlo, porque sólo de pensarlo se le ponen los pelos de punta a muchos. A mí también.