Si algo me gusta del estudio de
la Historia es la constatación de lo que acabo de referir. Es cierto que todos
sabemos que las lacras sociales siempre han existido, de manera que, cuando te remontas a las
antiguas civilizaciones y las observas con cierto detenimiento, acabas
reconociendo en sus comportamientos sociales las mismas amenazas que ahora nos
rodean, tan iguales a las nuestras que no se necesita hacer un gran esfuerzo de
imaginación para trasladarnos a tiempos pasados o, dicho de otro modo, para vernos reflejados en ellas.
Una de estas desgracias, que se ha repetido a lo largo del transcurso de las sucesivas civilizaciones desde tiempo inmemorial, es tener que soportar a los que nadan contracorriente. No quiero utilizar la palabra reaccionarios, porque este vocablo está tan ligado a la política que su uso hoy aquí pudiera dar lugar a equívocos, aunque no voy a negar que los reaccionarios están incluidos entre los que nadan contracorriente. Me refiero en general a los que sistemáticamente se opone a la evolución de las costumbres, simplemente porque la rapidez con la que el mundo avanza los saca de sus cómodas y confortables casillas.
El ejemplo más sencillo sería el de los inadaptados a las nuevas tecnologías, nadadores contracorriente fáciles de localizar porque se prodigan con generosidad. Pero esta muestra no me serviría para expresar todo lo que encierra la expresión nadar contracorriente, porque va mucho más allá. Nadan contracorriente los que no aceptan al diferente, los que se oponen al aborto, los que no admiten la eutanasia, los que niegan la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, los que no quieren vacunarse, los homófobos, los xenófobos, los racistas, los que se niegan a utilizar la mascarilla, los que no admiten que exista violencia machista, los que se rasgan las vestiduras cada vez que alguien innova cualquier usanza, por inocua que ésta sea.
Afortunadamente, los que nadan contracorriente no pueden detener la constante evolución del pensamiento humano, porque la sociedad dispone de su propia dinámica, la suma de muchas voluntades que buscan constantemente superar los condicionantes que han impuesto los viejas costumbres, sobre todo aquellas que suponen algún recorte a las libertades del individuo. Porque si algo hay en el hombre que lo distingue de cualquier ser irracional es su capacidad de analizar las imposiciones que los nadadores contracorriente intentan mantener a toda costa, y modificarlas si no le gustan.
Porque, por mucho que les duela a algunos, a la evolución del pensamiento humano no hay quien le ponga freno.