Yo sostengo una teoría que me voy a atrever a presentar hoy aquí. Vaya por delante que no sólo respeto cualquier creencia religiosa, aunque no comparta ninguna, sino que además lo que digo a continuación no tiene más fundamento que mis propias cavilaciones. Supongo que algunos de los que lean esto pensarán que por qué me meto en estos berenjenales, pero resulta que como este blog va de reflexiones, la de hoy es una más de ellas.
Opino que las religiones cristianas, entre ellas la Católica, Apostólica y Romana, nacieron de la conjunción de la judía -de la que en definitiva es una escisión- con las prácticas paganas que imperaban cuando los seguidores de Jesucristo propagaron el cristianismo. El monoteísmo judaico, continuado por el cristianismo, no encajaba bien en la mentalidad de los ciudadanos del Imperio Romano cuando éste fue absorbiendo poco a poco al cristianismo o, dicho de otro modo, cuando el cristianismo se extendió entre las clases dominantes romanas. De ahí que desde el primer momento fueran apareciendo tantas figuras, casi divinas, que llenan hoy el santoral de estas iglesias; y de ahí que las advocaciones de la Virgen María se hayan convertido, para muchos fieles, prácticamente en cuasi divinidades.
No es casualidad que la Santa Sede esté en Roma. Ni lo es que las liturgias cristianas recuerden a la Roma imperial. El boato es cesarista y la escenografía, tanto en continentes como en contenidos, digna del esplendor de la larga y provechosa civilización romana. El Colegio Cardenalicio ha heredado las maneras de aquel Senado -SPQR- que ponía freno a los poderes desmedidos de los emperadores, y las conferencias episcopales de cada país recuerdan a las cortes que rodeaban a los gobernadores de las provincias sometidas a los mandatos del césar y del senado. Hasta la Guardia Suiza recuerda a la Guardia Pretoriana. La silla gestatoria, hoy ya en desuso, y aquellos flabelos o abanicos gigantescos que acompañaban a los papas en sus salidas son dos inconfundibles herencias de la fastuosidad imperial romana.
Pero lo que más llama la atención no son los signos externos de ostentación pagana, sino la diversidad de representaciones de Cristo, cada una de ellas con sus veneradores y veneraciones, que en ocasiones parece que se dieran la espalda las unas a las otras. O las vírgenes, los santos y los beatos, a cada uno de los cuales se les atribuye sus correspondientes milagros, como si estos no procedieran del único dios reconocido por el cristianismo, sino de alguno de los pertenecientes al largo santoral cristiano. Podría decirse que los paganos tenían su Olimpo y algunos cristianos su Santoral.
No digo que las iglesias cristianas hayan fomentado esta estrafalaria manera de entender una religión monoteísta, pero sí que la han permitido, quizá porque de esa manera a los primeros cristianos les costara menos renunciar a su variedad de dioses, cada uno de ellos a la medida de alguna de sus necesidades. Y como no se puso cota a esta desviación del principio fundamental del Único Dios Verdadero, de aquellos polvos estos lodos. No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor y observar lo que sucede con nuestras semanas santas o con nuestras romerías o con nuestras ofrendas florales a las vírgenes.
Sobre esto se ha escrito mucho, pero no lo suficiente, puede que porque a una de las partes, la religiosa, no le interesa mencionar el esperpento, y porque a la otra, la no religiosa, le resulte un asunto tabú al rozar la buena fe de tantos creyentes.
Pero a mí no deja de llamarme la atención este híbrido judeo-pagano y por eso lo traigo hoy aquí.
La Iglesia ha permitido y favorecido prácticas absolutamente contrarias a la Fé que predica porque esas prácticas aumentan el número de fieles. Por eso vemos los templos llenos de imágenes de Vírgenes y Santos. En eso – no en otras cosas- son más serios los musulmanes: en las mezquitas no hay una sola imagen; únicamente carteles con el nombre de Alá. En el siglo VIII hubo un intento dentro del Iglesia de prohibir las imágenes, pero los iconoclastas fueron declarados herejes y sufrieron las consecuencias.
ResponderEliminarRespecto a la relación entre el Imperio Romano y la Iglesia, lo que ocurrió es que a partir de Augusto el Imperio empieza un imparable desmoronamiento y Constantino vio que la Iglesia podía ser un buen aglutinante de lo que se desmembraba día a día. Entonces la Iglesia adquirió muchos hábitos del Imperio.
Así es. A las iglesias cristianas les ha venido muy bien estas prácticas de herencia pagana y la Historia ilustra muy bien la herencia "imperial" de la Católica, Apostólica y Romana.
EliminarSi Jesucristo volviera creo que cogería otra vez el látigo para atizar a los mercaderes.
ResponderEliminarYo me atrevería a decir más: si volviera no reconocería en qué se han convertido sus mensajes.
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