24 de noviembre de 2021

La pandemia que no cesa

Supongo que no soy el único que siente en estos momentos una enorme frustración ante la lenta pero constante subida de la incidencia acumulada de la Covid en España. Frustración y miedo, no tanto porque tema contagiarme, sino sobre todo por las repercusiones de todo tipo que la maldita pandemia está teniendo en nuestras vidas. Cuando nos las prometíamos felices, porque parecía que recobrábamos nuestro ritmo habitual, los contagios vuelven a ser alarmantes y los hospitales a llenarse. Ni siquiera las diferencias que se observan entre nuestras cifras y las de otros países europeos consuelan, porque la experiencia enseña que una vez iniciado el proceso ya no hay quien lo pare. Mejor dicho, hay quien lo pare, pero a través de grandes limitaciones en nuestra manera de vivir.

Todo depende, además, de la edad que uno tenga. A la mía, cuando ya va quedando menos tiempo, volver a los confinamientos tiene muy poca gracia. A mí personalmente me importan poco los toques de queda, las prohibiciones de entrar en lugares cerrados y concurridos o la obligación de usar la mascarilla; pero verme encerrado dentro de un área geográfica determinada -en mi caso Madrid- o encontrarme con que otras regiones están cerradas a los visitantes me produce sarpullidos, porque me impide viajar, precisamente una de las pocas expansiones del espíritu que todavía puedo permitirme.

En cualquier caso, creo que tenemos lo que nos merecemos. No conozco a nadie que no haya bajado la guardia durante el verano pasado o a lo largo del otoño que llevamos recorrido. He llegado a tener la sensación de que nos comportábamos como los animales domésticos, obligados a permanecer encerrados en los domicilios de sus dueños, cuando éstos los sacan a la calle. Van desaforados, con sus precarias mentes puestas sólo en la idea del esparcimiento inmediato, sin oír ni las llamadas ni las órdenes de quienes los liberan durante un rato. Porque, salvando las distancias, a pesar de que se nos advertía constantemente de que el coronavirus estaba todavía ahí acechante, las ansias de libertad eran tales que no atendíamos a razones, abandonando medidas de precaución y comportándonos como si aquí no pasara nada.

Si a eso, al comportamiento de las personas normales, le añadimos el de los antisociales que se niegan a utilizar la mascarilla o a vacunarse, nada tiene de particular que volvamos a las andadas, con los consiguientes perjuicios colectivos, entre los que no podemos olvidar el frenazo de la recuperación económica. Cuando parecía que asomábamos la nariz después de haber estado sumergidos en la paralización de una gran parte de nuestra economía, el fantasma de la crisis económica reaparece.

Lo peor de todo es que después de tantas olas uno ya empieza a sospechar que esto no tenga remedio y que quizá la humanidad se vaya a ver obligada a partir de ahora a vivir bajo la tiranía del virus, al que parece que su corona lo haya dotado de poderes extraordinarios. No es mi estilo la lamentación, porque siempre he considerado que las visiones negativas  no conducen a buen puerto, si acaso a la depresión. Pero cuando veo esas manifestaciones violentas en Europa contra las medidas que de manera urgente las autoridades se han visto obligadas a tomar, se me revuelve el espíritu y desespero del comportamiento humano. Me resulta muy difícil admitir tanta estulticia y majadería.

En cualquier caso, es lo que nos está tocando vivir, nos guste o no. Pero no es lo mismo que esto suceda cuando uno es joven y tiene toda la vida por delante, que cuando peina canas -como diría un poeta cursi- o cuando ya te queda poco tiempo de vida útil -como dicen los que pisan el suelo de la realidad de la vida-.

4 comentarios:

  1. Me gusta la polémica porque ayuda a entender puntos de vista contrarios a los nuestros y equivocados, o no, interesa conocerlos.
    Creo que los que tenemos bastantes años no entendemos lo que sienten los jóvenes: su necesidad de contacto con otras personas es inimaginable para nosotros. Alguna vez fuimos jóvenes, pero lo que sentíamos se nos ha olvidado. A esa edad somos capaces de saltar a una pequeña plataforma al borde de un precipicio para mostrar a los demás nuestro valor. ¿Te suena, Luis?
    Así que, a lo peor, tenemos que vivir en un mundo con Coronavirus (por cierto, muy bueno lo de las prerrogativas de la corona del Coronavirus) y tal vez sea más práctico emplear nuestra imaginación en ver qué podemos hacer para que nuestra vida sea lo mejor posible dentro de las limitaciones que la situación nos imponga.
    Respecto a la Economía, me preocupa, porque pocas cosas me deprimen tanto como pensar en la gente que se queda sin trabajo. Desgraciadamente la incidencia del Coronavirus en otros países influye en el Comercio y el Turismo, bases de nuestra Economía y es algo que no controlamos.

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  2. Alfredo, fíjate en que yo no he cargado las tintas contra los jóvenes, sino que por el contrario me he incluido (primera persona del plural) entre los que han bajado la guardia. Mi experiencia es que este verano casi todos nos hemos comportado como si ya no hubiera peligro.
    Y sí,tienes razón, tenemos que aprender a vivir bajo la tiranía del coronavirus, nos guste o no.

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  3. Es verdad lo que dices sobre la juventud, Luis. Me pongo a pensar que me prohíben salir cuando tenía entre quince y veinte años y me vuelvo loco.

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  4. Insisto, no sólo son los jóvenes los que incumplen las normas de seguridad. El relajamiento nos ha afectado a todos.

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